Hoy quiero compartir la ironía de la vida, donde por un lado en nuestra ciudad está latente el glamour, la buena comida, buenos cafés, buenas tiendas de ropa y lo que ahora ha proliferado como una epidemia: las plazas comerciales, en donde se viven diferentes momentos de esta vida correteada, estresada, consumista; sitios de encuentros, de puntos de reunión para diferentes cosas, intercambios, sorpresas y ahora —violencia—, donde sin escrúpulos, personas, ¡sí!, personas iguales a nosotros, te atracan, perjudican, dañan, terminan con tu vida sin importarles absolutamente nada tus esfuerzos, tu familia, tu porvenir; nada. Sin embargo, pienso en la otra parte de esta vida, la vida de esperanza, de sufrimiento, de auto-consuelo, de esperar, sí, de esperar; ver aquellas miradas que te dicen tanto y que, en el mejor de los casos, no saben con exactitud qué está pasando: viven el momento, aceptan la compañía del mejor postor, te brindan una sonrisa, sonrisa sincera, de ternura, llena… no sé de qué puede estar llena; caritas inocentes que se acercan a compartir parte de su pequeña vida, alejadas del glamour, del consumismo, de las tiendas departamentales, sin violencia, mas la que viven día a día, entre sus mecanismos de defensa, entre su fortaleza y ánimo por continuar, sin que otras personas los dañen, torturen o perjudiquen, pero sí personas que les ofrecemos afecto, momentos de esparcimiento con lo que se tenga; cuentos, rompecabezas, libros de pintar, juegos de destreza; el invitarles a momentos por compartir y, lo más valioso, el grupo de alumnos que hacen esta labor: alumnos desinteresados, alumnos dispuestos a ayudar.
Qué ironía la lucha por la vida o la vida en lucha por salir adelante, con los que luchan por quitarte la vida
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