lunes, 11 de julio de 2011

Mtro. Sergio García Sánchez

     Después de esta aventura de tres años, terminan el viaje; nuestros primeros alumnos se van, y cuando miramos que están a punto de abandonar la nave para abordar otra que los ha de llevar por otros horizontes, quienes nos quedamos empezamos a sentir un vendaval de emociones y sentimientos enmarañados y difíciles de dilucidar.
     Hay, en esta borrasca sentimental, un orgullo inmenso por saber que fueron capaces de vencer las dificultades, y que tuvieron la fuerza y el empeño para no dejarse doblegar por el trabajo y el cansancio. Hay una admiración silente al ver sus rostros y recordarlos trabajando estoica y alegremente con la gente en alguna comunidad, ver sus ojos y recordar sus miradas cubiertas de luz explorando los rostros de otros, las actividades de otros, tratando de adivinar no sé qué cosa en el corazón de los otros.
     Hay una amargura con matices de vergüenza porque por más que uno se empeñe en hacer bien las cosas y hacer todo lo que es necesario o conveniente, siempre queda esa sensación de que se pudo haber hecho más; los vemos ya lejos y sentimos que tuvimos que haberles dado más, más de nuestro tiempo, más de nosotros mismos. Hay una tristeza desmesurada de pensar que los pasillos y las aulas quedarán vacíos de sus voces y sus risas; que las ventanas ya no podrán reflejar sus vanidades ni sus autocuestionamientos; que los jardines austeros ya no sentirán sus miradas, a veces tristes o mortificadas, a veces soñadoras o interrogantes y, a veces, hasta vacías.
     Hay una alegría con tintes de nostalgia por saber que ante ellos se abre un camino que les aguarda y les promete que lo mejor está por venir; que la vida, con todo y sus penalidades, les tiene deparadas maravillosas aventuras y sorpresas. Hay una felicidad cargada de esperanza por creer que a todos les va a ir bien, que no va haber nada que destruya sus sueños, ni que empañe sus ilusiones.
     Hay una tristeza muy grande porque no sabemos a dónde van, con quiénes van a estar; porque no sabremos qué será de ellos lejos de aquí. Y por eso, desde hoy, hacemos plegarias que se mezclan con todo este incontrolable caudal de sentimientos. Hay, también, un deseo pueril e inútil de detenerlos, de pedirles… no se vayan…

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