lunes, 30 de julio de 2012

Manuel Pereyra Fernández

      Yacía en la esquina, no haciendo otra cosa más que esperar al tiempo. Mi compañero, solamente otro que decía que estaba aquí por las razones incorrectas.
      Decir que como mono enjaulado me sentía sería modesto, al menos ellos salen en algún momento; una atmósfera gris nos cubría a todos equitativamente y hasta parecía que a algunos, cualquier rastro de personalidad se le había desvanecido; esperar, esperar, esperar…
      Añoraba esos gloriosos días en los que trabajaba en la panadería, yendo a la esquina a comprar los ingredientes para que Don Benito hiciera la masa para el pan de muerto, los bísquets, las conchas, los bigotes, las mariposas y mucho más. Pasando todos los días enfrente de casa de María, esa joven dama que no le podía quitar la vista de encima, y debo decir que ella de mí tampoco.
      Pero bueno, esos no son más que recuerdos que se quedarán empolvándose en mi repisa, todos llenos de risa, alegría y caricias. Me quedo aquí, lamentando una mala decisión, me quedo con ganas de María, me quedo con ganas de un recuerdo más en mi repisa. Me quedo en esta cárcel añorando la dulce brisa.

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