martes, 3 de julio de 2012

Rolando Maroño Vázquez

Bajo la orgía de estrellas
luces nocturnas invisibles
en la eterna penumbra
de mi vida de abundancia
en donde todo tengo
pero nunca me lleno
me digo hijo de la tierra
pero en el metal me encuentro
en lo artificial me muevo
del polvo vengo
y en polvo me convertiré.

Me considero experto
en las pericias de la vida,
pero al llegar el campo
es entrar a un mundo nuevo
disfruto de la tierra
pero no vivo para ella
parezco de otro planeta
porque soy ajeno a ella
cómodo, satisfecho
a esta realidad
simplemente no pertenezco.

De visita vengo
y poco a poco aprendo
un mar de sensaciones
me absorbe de lleno
y yo perdido, me encuentro.

Como la luz que pasa
sobre hoyos en la lámina
así es como el campo
muestra ante mí
la otra cara de la moneda
el lado oscuro de la luna
crudas lecciones
de familias rurales.

De la vida sé poco
hay cosas que no conozco
y hasta que no las haga
habitaré en mi jaula
no conozco la sensación
de fecundar la tierra
con el sudor de mis manos,
obtener jugo de vida
de las entrañas de la vaca,
que el viento acaricie
mi cara al montar,
el placer de cultivar
el fruto de la tierra,
que el maíz crezca
hasta que acaricie el cielo,
y el éxito que refleja
en el sudor de mi cara.

Y me dicen que les enseñe
que venga a educarles
preparamos talleres
pero no evito preguntarme
¿Qué puedo enseñarles?
Me dicen que biología
cuando a los diecisiete
ya son padres de familia
me dicen que hortalizas
cuando la siembra
es el motivo de sus vidas
me dicen que escritura
cuando sus palabras
se escriben sobre arena
me dicen que apreciación
cuando cada anochecer
es una obra de la creación.

La más grande ironía
es que les enseñe
ética y filosofía
cuando aquí todos
viven en familia
y los desconocidos
gustosamente me saludan,
si alguien se enferma
entre todos lo curan,
los animales son tratados
como si fueran hermanos.
Hay cooperación y esfuerzo
no hay envidia ni ambición,
en el campo siguen en el principio
de amarse sin condición.

¿La ciudad envida el campo?
¿O el campo envidia a la ciudad?
La felicidad la encontré
observando las estrellas,
arrancando la hierba,
alimentando a las gallinas
y arreando a las borregas,
levantando las milpas
y descansando bajo la higuera.

La gente de campo
es feliz trabajando
y en el bullicio citadino
su tranquilidad se altera
en la jungla de acero
extrañan sus cultivos
el esfuerzo continuo
para mantener a sus hijos.

Y nosotros en las ciudades
abusamos de eso,
la gente vende sus papayas
a uno con cincuenta
y nosotros las compramos
a veinte con treinta
el sudor se cotiza
por unos pesitos.
y en el campo luchan
por alimentar a sus hijitos.

¿Y crees en Dios?
Porque Él está aquí en la tierra,
en el azadón de Don Porfirio
y en las tortillas de Doña Olga,
en los árboles de mangos
y en los de ciruelas,
en las manos de los albañiles
y con las cochinas chillonas,
en los nidos de hormiga
y entre los matorrales
y finalmente
en el amor que se tienen
todos sus habitantes.

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