viernes, 4 de marzo de 2011

Melissa Costes
Hace no mucho tiempo, alguien me trataba de explicar la belleza del amor, siempre quise encontrar una definición lógica a aquellas cuatro letras de las cuales todo el mundo habla, pero nadie en realidad logra comprender.

Recuerdo que lo comparaba con increíbles paisajes que sonaban casi utópicos, flores exóticas que brotan sin razón alguna en medio del desierto, incluso me hablaba de mariposas, de pequeñas mariposas que empiezan a recorrer todo tu cuerpo, que revolotean en tu estómago e intentan salir por la boca, casi provocándote náuseas.

Luego cambió el rumbo total de la comparación, afirmando que el amor era como una vela, la cual a pesar de constantemente compartir su luz, jamás se le agotaría, pues ésta resulta ser infinita.

También mencionó algo sobre el sol y la noche, y cómo después de estar en la oscuridad, el mundo hace una fiesta para darle la bienvenida al sol (quien en este caso viene representado al amor), los pájaros empiezan a cantar sus melodías, la bruma poco a poco se empieza a dispersar dejando un cielo más abierto, las personas se levantan y todo a nuestro alrededor comienza a tomar forma, ya se puede ver con más claridad el camino y el recuerdo de la noche anterior se torna vago, borroso, pues el sol brilla e ilumina hasta la esquina más recóndita de nuestros pensamientos.

Así pues, continuó argumentando que el amor era como un encuentro de dos consciencias en un plano completamente diferente al que estamos acostumbrados, decía que es una clase de enlace ajena a nuestra dimensión, y por tanto, prácticamente incomprensible.

Pero yo seguía completamente escéptica. Y no fue hasta más tarde, cuando me encontraba sola y vi que las estrellas estaban a punto de salir, que entendí que es justo al final del día, antes de que la obscura noche invada la tierra y los rayos del sol dejen de abarcar el firmamento, en que si prestas un poco de atención, tendrás una sensación de melancolía, como si vinieras de estar en una despedida, pues sabes que durante la noche añorarás el calor que te proporciona el amor y será, justo en ese momento, ese último pensamiento, el que al final del día te recuerde al amor.

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