miércoles, 21 de septiembre de 2011

Álvaro Solis Castillo
     El pasado julio falleció el Dr. Ricardo Avilés Espejel, quien fue catedrático de la Universidad Iberoamericana de Puebla y de la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Yo recibí la noticia muy temprano, el 13 de julio, de mi querido amigo Milton Medellín, con quien la noche anterior me desvelé en una conversación monotemática, que iniciamos hace ya más de diez años. Uno de los motivos por los que Milton dejó momentáneamente sus aulas en la Universidad de Cincinatti fue para asistir, el 16 y 17 de junio, al Primer Taller Latinoamericano Bernard Lonergan: "Educando para/hacia la Cosmópolis", que se realizó en la Ibero Puebla y en el cual nuestro querido maestro presentó una ponencia, como uno de los fervientes estudiosos en nuestro país de la obra de Lonergan. El día de la participación de Ricardo en este evento, me quedé a unos cuantos pasos de entrar al campus para saludarlo y preguntarle los horarios del taller que impartía cada viernes en la biblioteca Pedro Arrupe S.J.
     Milton y yo conocimos al “Maestro”, como siempre le llamamos, en Tlaxcala, reconocimos en él una guía que no se circunscribía al aula, ni solamente al espacio universitario, sino a un ámbito mucho más extenso y trascendente, lo que él tan generosamente nos compartía no se quedó nunca en el ámbito del mero conocimiento, cada palabra de Ricardo fue para nosotros un gesto de solidaria compañía y amistosa enseñanza, supo ser siempre una provocación viva, humilde vínculo que fructificó (en muchos de los que tuvimos la fortuna de compartir con él un poco de su tiempo) en amor por vivir guiados por los fundamentos de una genuina reflexión humana.
     El hecho de que fuera Milton quien me dio la noticia esa mañana, fue para mí significativo, porque me permitió afrontar esta nueva experiencia con la muerte, no como una vivencia solitaria y silenciosa, sino como una experiencia compartida y de aprendizaje. La muerte no fue en esta ocasión dolor inesperado, sino enseñanza última.
     Miro de nuevo en el recuerdo el ataúd situado al interior de la pequeña capilla de la funeraria El Renacimiento. Con un nudo en la garganta asumí el legado de Ricardo, junto a Milton y otros más que allí estaban, entre quienes reconocí a Martín López Calva. Asumí “la importancia de ser congruente con las demandas de la vocación humana”, el camino infinito del aprendizaje trascendente como una vocación última y la importancia de la socialización de este aprendizaje. Al final solamente somos vínculos que posibilitan la materialización de este espíritu de búsqueda reflexiva latente en cada persona. “La última enseñanza de un maestro es la de su muerte”, me dijo Milton al oído un poco antes de la misa de cuerpo presente. Ricardo Avilés supo ser “Maestro” y sé, felizmente, que su legado no llegó a oídos sordos, al contrario, su legado sigue vivo, de algún modo, en quienes supimos y quisimos abonar las semillas que Ricardo sembró.

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