miércoles, 22 de febrero de 2012

Lucía Rodríguez Zeledón

     De los juegos infantiles, el que siempre me gustó por encima de todos los otros era el gallo-gallina. Me gustaba porque, para empezar, tú decidías con quién jugar, después eran solamente dos, y era la mejor manera de describir lo que siento.
     Estaban parados uno frente al otro con un camino largo y complicado que recorrer, pero lo mejor del gallo-gallina, a diferencia de otros juegos, es que la gallina recorre una mitad y el gallo otra, van juntos todo el tiempo, paso a pasito, uno por uno, tomándose su tiempo, pero siempre uno tras del otro.
     Empezaron viéndose de frente, con ganas de empezar el gallo-gallina, esas ganas que no puedes controlar, esas ganas que te quitan el sueño y te recorren todo el cuerpo hasta que sientes que te retumba, esas mismas que te hacen dar pasos como gallina ciega porque sientes que tus pies no están tocando el piso. Con sólo verse frente a frente al gallo se le pone la piel de gallina únicamente de pensar que va a encontrarse con ella en ese lugar común que los dos buscan.
     El primer paso siempre es el más grande, puesto que apenas vas a empezar y no concibes la idea de que sea un pie a la vez, quieres correr hacia adelante y encontrarte ahí, estas emocionado, quieres llegar lo más rápido posible, estar frente a frente, cerca, muy cerquita. Y entonces brincas para empezar, sin ver dónde puedes caer, solamente esperas que aquel enfrente de ti, brinque tan fuerte y decidido como tú lo haces; el segundo es más consciente, te estás acercando y esa emoción de un principio se convierte en un sentimiento que no para de crecer, creo que son ganas. Das un segundo paso esperando que también el otro jugador de un segundo paso, y así los pasos empiezan a salir más naturales y a una velocidad constante, quieres terminar con el camino tan rápido como puedas, pero de pronto sientes que tienes que parar. Lo bueno del gallo-gallina es que, puedes retroceder un paso, y ver todo desde más atrás, relajarte y pensar qué te hacer querer llegar al centro del camino, y es entonces donde la emoción y las ganas se juntan y después son remplazadas por un nombre y un rostro, entonces decides seguir avanzando, ya casi llegas y cada vez es más intenso el latido del corazón, estás a punto de ganar, de pisar al de enfrente, cuando de repente te das cuenta que no quieres pisarlo, que quieres llegar al mismo tiempo, que quieres verlo a los ojos, estar frente a frente parados en el mismo lugar, viendo hacia adelante, y te queda un paso más. Lo empiezas a pensar, el corazón late cada vez más fuerte, más rápido y se siente como algo que nunca habías sentido, el gallo-gallina está por terminar y entonces el gallo y la gallina no tendrán a qué jugar y tendrán que comenzar a caminar juntos en la misma dirección porque ahora no es una competencia, ahora es una compañía, a aquel que, en un principio, querías ganarle, y pensabas que al llegar iba a ser fácil darte la vuelta y comenzar de nuevo, ya llegaste, y de ahí sólo se puede ir para adelante, pero entonces uno de los jugadores pide dos saltos hacia atrás, y cuando voltea a ver el camino de regreso, es más complicado volver a lo que eras antes de jugar que seguir hacia adelante. Terminar el gallo-gallina, y de ahí seguir caminando con su gallina sujetando su mano, cuando piense en dar dos saltos atrás.

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