martes, 15 de mayo de 2012

Aranza Minor Aguilar
 
       “Vivir en  pobreza y en menosprecio” … Lo escuché antes de la fogata en la noche del campamento LIBERTAD DE AMAR realizado en el mes de marzo por alumnos y alumnas de la Prepa Ibero Tlaxcala. Mi primera impresión fue de sorpresa, es decir, ¿cómo voy a vivir en el menosprecio y en pobrezas si tengo ambiciones y no quiero despreciar nada y a nadie?
     Todos tenemos un apego, sea de algo o alguien, buscamos el reconocimiento, olvidando que hay que dar sin esperar nada a cambio. Quienes impartieron el campamento preguntaron por nuestros apegos, enseguida pensé  en mi familia y cuánto dependo de ellos, sin ellos para mí no hay más, ¿será que esto es lo correcto? Mil dudas invadían mi cabeza, confusión, frustración, angustia. No quiero vivir con apegos pero no quiero que esos apegos se vayan de mi vida o dejar de ser parte de la suya.
     ¿Reconocimientos? Cuando creemos hacer algo bien que merece la atención de quienes nos rodean y ellos no voltean, nos sentimos ignorados, por más excelente que haya sido nuestro acto, no siempre tendremos esa respuesta de los demás.
     ¿Pero quién dice que tenemos que ser reconocidos? ¿Acaso es necesario? ¿Recibimos algo? Y aunque lo recibamos, ¿de verdad lo merecemos? Vivimos para servir, desde donde quiera que estemos, y seamos quienes seamos. No lo hagamos por distinguirnos, ni por obligación… hagámoslo por convicción.
     Vivir en pobreza, con apegos sencillos, es difícil ser desapegado de todo, porque los apegos son lo que nos mueve, pero cuando te aferras demasiado a alguien, muchas veces te quedas estancado. No nos apegamos para hacernos unos solo, nos apegamos para complementarnos.
     Vivir en menosprecio, es hacer sin esperar nada a cambio, compartir de lo que tienes, no lo que te sobra.
     “Dirás internamente, si yo deseaba esto, por qué ahora me duele tanto” (Loyola, I. 1547)

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