lunes, 14 de mayo de 2012


Profesora María Guadalupe Campos Jiménez

     En este receso al caminar por este paraje de la memoria del que crucificaron, pude sentir con suavidad sobre mis hombros la sombra de la pesada cruz, que hace no mucho tiempo, en el hospital de cancerología, en el asilo de ancianos, en el albergue de niños olvidados, en la casa del migrante, en la calle… pude ver en la mirada de los nazarenos del siglo XXI que allí sufren y padecen de las grandes ausencias, entre ellas de la más importante: la ausencia del amor, castrados de su dignidad humana.
     Al revivir los momentos de la crucifixión de Jesús entre velas, promesas, cantos y rezos, me vi rodeada de los rostros ajenos a la vida, de los hombres con caras cubiertas de duelo, de las mujeres con vientres vacíos por los hijos que les arrebataron, de los jóvenes con miradas distantes, perdidos en sus propias búsquedas y el Nazareno allí estaba, al lado de una cruz que ya cargó venciendo a la debilidad humana, exaltando al Padre, donde acorraló la oscuridad para encender la luz de la esperanza que es la que nos convocó en estas fechas en medio del dolor y en la ausencia de la paz común.
     En la espera de que algún Cirineo se condoliera de él, el Nazareno esperó en medio de la multitud que entre murmullos y ligeros suspiros susurraba “pueblo mío, qué te he hecho, en qué te he ofendido, respóndeme...” Las respuestas fueron largos silencios y espaciadas cargas masivas que aligeraron la caminata en ese viacrucis, el Nazareno nos siguió de cerca en su memoria, las posibles dolencias más allá de una tradición, más allá de la reflexión, mirándose nuevamente en los rostros acalorados, descubriéndose en los pies descalzos, significándose en la pobreza y en los vacíos, muriéndose otra vez con los agonizantes, pero con la promesa eterna de resucitar con la llegada de la tarde. El Nazareno volvió a caminar con nosotros, como aquel día caminó al Gólgota, y no nos dejó solos, nos acompañó como aquel día que dijo: “Perdónalos Padre, porque no saben lo que hacen…” (Sn Lucas 23:34) Y nos volvió a pedir agua, volvió a darse por nosotros, nuevamente entregó su espíritu por los que estábamos allí y por los que nunca llegaron, el Nazareno pasó a nuestro lado para que no olvidemos transitar con los otros, porque somos sus manos, somos sus pies, somos su corazón para ir al encuentro de los demás, pero necesita que le digamos sí, ¡sí vamos al encuentro de nuestros hermanos! , y cuando esto suceda, la cruz se aligerará y el Reino de Dios entre nosotros se privilegiará en una sola cruz : la del Nazareno con la del Hombre y entonces se dará la gran coincidencia del Deseo Divino y el de los hombres por un mundo solidario y de paz.

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