viernes, 8 de febrero de 2013

Jorge Israel Lombardero Juárez

La cultura nos enseña que todo trabajo es digno y que toda persona es valiosa.
Pero en la práctica las personas son reducidas a menos que objetos. Obreros y empleados básicamente madrugan y se desvelan para que el dueño del negocio tenga la dignidad de no mirarlos a los ojos.
Entregan sus jornadas para que otro tipo sea rico.
Aguantan groserías, regaños y miradas para que les dejes cinco pesos de propina.
Pero qué nos importa, nosotros entramos diez minutos, tiramos el dinero y nos vamos.
Somos fans a morir de una entidad que no existe, la empresa.
Que sin quitarle valor a su trabajo y a su esfuerzo, ¿quién sacrificó sus manos, su energía, su tiempo y a su familia? ¿Alguien reconoce su trabajo? ¿En verdad vale un salario mínimo su sacrificio? ¿Cambiar tu nombre por un “mesero”?
La verdad es que son tan sustituibles como un tornillo o un clavo en la pared.
Y el clavo que sobresale recibe el primer martillazo.
Y en vez de salarios dignos, esperan propinas.
¿Por qué no pueden pagar bien a quien más lo necesita?
Admiramos a las empresas que “nos dan trabajo” pero en realidad le das tu vida a cambio de dinero. Y ya no sabemos decir qué vale más, la vida o el dinero. No podemos ni pensar en una sin la otra.
¿Qué clase de animales somos que dejamos de vivir y nos matamos por pedazos de papel con números o menos que eso?
Y todo el sistema funciona en base a pagar y ser pagado por los talentos que poseas.
¿Pero qué talentos se cultivan cuando la cultura no vale?
Cuando le dices al artista, al escritor, al músico, al que sigue sus sueños: “Te vas a morir de hambre”.
Cuando el único talento que vale es qué tan gruesa es tu cartera.
Nos dirigimos hacia un mundo con cada vez más gente y menos personas.
Y con un símbolo de dólar por cruz.
Tristemente, bajamos la cabeza y decimos gracias.

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