viernes, 12 de abril de 2013

Pablo Mendoza San Román

Esa luz, esa luz tan cegadora que se escabulle por la tan lejana y anhelada ventana frente a mí, me acompaña, me anima. Llevo varios días aquí, atado a la misma silla, postrado en la misma oscuridad, con los mismos deseos, desde el día que desperté justo aquí… la única esperanza que me mantiene atento a la vida es poder escapar por aquella ventana que aún no veo.

Mis desgastadas muñecas están hartas de luchar contra la incesante cuerda que me mantiene en este lugar, comienzo a sentirme más y más pesado cada día.

El sol empieza a iluminar mi rostro, el atardecer está llegando.

No tardan en traerme la cena. Es mi oportunidad de escapar, me he hecho de un cuchillo en la comida del día anterior. Apenas abra la puerta lo atacaré de frente y huiré. Apenas entre para darme la cena y me desate lo haré y saldré corriendo.

Lo hice.

Por fin, con el sol golpeando mi cuerpo, me dirigí a mi hogar, a mi casa, con mi familia que tanto extrañaba. Pero esa luz, esa luz tan cegadora que se escabulle por la tan lejana y anhelada ventana vuelve a mí.

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