miércoles, 12 de marzo de 2014

Alejandro Gómez Constantino
    
     En los confines del espacio existe un planeta llamado Elotlán, a unos 1,500 años luz de distancia de la Tierra. Este planeta se caracteriza por ser una tierra de cultivos de elote, tejocote, hay mucho trabajo de campo y también mucho ganado. Este planeta siempre ha estado en paz pero recientemente nos llegaron las noticias de que Elotlán ha sido invadido por una especie de gas que altera la composición y forma de las cosas, cosas inanimadas cobran vida, las cosas toman un aspecto monstruoso y varias anomalías de este tipo, así que un grupo de jóvenes exploradores somos enviados a ese planeta para detener la situación y ayudar a sus habitantes. Gracias a las naves espaciales aceleramos a hipervelocidad y llegamos en una hora al planeta; al llegar nos dividimos en cuatro grupos, para investigar diferentes puntos del planeta.
     En mi compañía están los exploradores Michael, Nicolás, James, Neil y Bartolomé, es el mejor equipo que podría escoger ya que con las cualidades que posee cada uno, realizaríamos un buen trabajo. Empezamos a recorrer las calles del planeta y mientras cae la noche notamos que todo está en silencio, un silencio que no es normal. De pronto cae la primera bomba en frente de nosotros.
     –¡Corran! –digo rápidamente, así que todos nos alejamos, pero nuestro compañero Neil no tiene tanta suerte, cae una granada en frente de él y queda gravemente herido, tan grave que muere al minuto.
     Después del shock nos levantamos y nos damos cuenta que esto es más peligroso de lo que creíamos. Encontramos un lugar para dormir, el piso de un salón grande, frío, poroso, y se siente un vació penetrante.
     A la mañana siguiente seguimos nuestro camino investigando, caminamos varias horas hasta que nos encontramos con un inmenso campo de milpa. Después de tantas horas de caminar nos ponemos a piscar para tener algo de comer, Michael va por yesca para encender el fuego, Nicolás, por agua, James y Bartolomé a inspeccionar el área y yo, a recolectar la comida, así que, con la oz y el machete me pongo a cortar la milpa y a deshojarla para tener la mazorca. Inesperadamente escucho un grito a lo lejos y llega corriendo Michael con la garganta cerrada, lágrimas en los ojos y el corazón agitado, me dice que algo ha atrapado a James y a Bartolomé. Más tarda en decirlo que las raíces de la milpa en moverse y de la tierra salen mazorcas gigantes, eran mazorcas asesinas junto con grillos y arañas gigantes. Le aviento el machete a Nicolás y con todo el coraje de mi vida empezamos a desgranar a esos monstruos. Nicolás con el machete y yo con la oz, la batalla dura varios minutos, pero la cantidad de muertos es exorbitante; ganamos la batalla, pero no la guerra.
     Seguimos nuestro camino, todos sucios, sin bañarnos, pero aún tenemos hambre. Vemos a la distancia un árbol de tejocotes, se nos hace agua la boca, es hermoso y más porque no hemos comido nada. Empezamos a recolectar y nos acomodamos debajo de los árboles de tejocote para dormir, después de un largo día, por fin podemos descansar. Tardamos en conciliar el sueño y a media noche despierto para descubrir que Michael no está, así que despierto rápidamente a Nicolás y guardamos unos minutos de silencio para ver qué está pasando, cuando vemos caer a Michael, con el cuerpo hinchado y la cara roja, caliente, pero sin respirar. De las ramas del árbol de tejocotes van bajando unos azotadores de cincuenta centímetros de largo, agarramos las navajas y el machete, hay que matarlo, pero chocamos con el árbol y caen más azotadores. Cuando nos damos cuenta estamos infestados de ellos, pero gracias a las buenas maniobras y técnicas de Nicolás y las mías podemos matar a esos insectos uno por uno, hasta no dejar ni siquiera a las crías.
     –Es dura está misión y más porque no estamos acostumbrados a este tipo de cosas –le digo a Nicolás.
     Regresamos a la base y casi por accidente nos damos cuenta de qué está hecha la composición del gas y que puede disolverse con el agua, así que con nuestros equipos enviamos esporas al espacio para hacer que lloviera. Cae una tormenta, que para nosotros es gloria porque no nos hemos bañado y estamos sucios con la sangre de los azotadores. El agua hace que el gas se disipe y todas las mutaciones que había provocado desaparecen. Al final de la semana solo quedamos dos, Nicolás y yo, así que nos reunimos con los demás compañeros para partir a la Tierra, ya que salvamos al planeta y ayudamos a las personas de Elotlán, que nos dan las gracias, y partimos a la Tierra con la esperanza de volver a verlos.


Palabras del autor:
     Un viaje a lo inexplorado está inspirado en la comunidad de Santiago Domingo Arenas, Puebla, Mis experiencias ahí fueron grandiosas, fui a piscar al campo y para eso me dieron una oz, pero en la milpa había mucho chapulín, grillo y varias clases de arañas. Fue mucho trabajo ese día y de desgranar tanta mazorca me desesperaba, sentía que me ahorcaba, pero también fue muy divertido. Luego, con el árbol de tejocotes, fuimos a recolectar la fruta para hacer dulce de tejocote, pero al agitar el árbol cayeron bastantes azotadores y con una navaja me puse a matarlos a todos. Esas son las cosas que marcaron mi experiencia, pero la principal es la familia que me tocó y quiero agradecerles por todo lo que hicieron por mí, así que este cuento va dedicado a la familia Tlapechco con mi más sincero agradecimiento.
    
    

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