viernes, 23 de octubre de 2009

Lic. Luis Mauro Izazaga Carrillo

La filosofía de Gabriel Marcel tiene como punto de reflexión al hombre y al Ser. El hombre –según G. Marcel- tiene como exigencia ontológica la trascendencia, esto induce al hombre mismo a un ahondamiento en la existencia personal. Esta experiencia de trascendencia es irreductible a cualquier otra forma de experiencia. La filosofía de Gabriel Marcel se inserta dentro de la tradición francesa no cartesiana1, la cual, pasa por Bergson, Maine de Biran y Blondel, y, por filósofos como Jaspers, Kierkegaard, Heidegger. Ampliando más esta perspectiva histórica, sus ascendientes más lejanos serían Platón, Plotino, el Pseudo-Dionisio y San Agustín.

1 Esto puede observarse en el primer Journal que es una reflexión sobre el acto de fe, considerado en toda se fuerza, sobre las condiciones que le permiten seguir siendo acto de fe, a pesar de pensarse a sí mismo. A Marcel le parece evidente que el “yo creo” es irreductible al “yo pienso”, (Je crois n’est pas je pense). La fe es más una afirmación que yo soy, antes que una afirmación que yo prefiero.


Por un lado, encontramos en el pensamiento de Marcel, una búsqueda religiosa unidad a la fe. La búsqueda religiosa no es posible si estudiamos la fe desde fuera como un objeto de alguna investigación científica, sino que hemos de coincidir con ella por una especie de simpatía. Por la fe afirmo un fundamento trascendente al mundo y a mi pensamiento. Por el otro, la búsqueda existencial o la vuelta a lo concreto2, el ser existente para Marcel, es participar de la existencia misma y no sólo ser un observador. En esta participación el otro deja de ser un él para convertirse en un para mí en la comunión, en el diálogo. y yo nos encontramos en situación.

2 Dos hechos fundamentales contribuyeron a la “conversión existencial” de Gabriel Marcel, por un lado, la guerra mundial, por el otro, una controversia histórica con Leon Brunschvicg.


La filosofía marceliana es una filosofía del misterio del ser, de la fidelidad, de la esperanza. El misterio no es una idea, sino una Presencia, que exige fidelidad. La fidelidad exige una respuesta, un compromiso personal.

En un mundo lleno de guerras, pobreza extrema, crisis de valores, éste tiende a derrumbarse mientras que los hombres se hunden en la «noche» de la duda, de la perplejidad y del vacío. Es en este mundo donde la «esperanza» tiene una función primordial en la existencia humana. Es, gracias a la esperanza, que el hombre no desespera a sí mismo. La esperanza, surge como «perforación del tiempo» y «memoria de futuro», como apertura de crédito a la realidad. La esperanza asunción responsable de la situación histórica. Por amor, y entrañado en el seno de la fidelidad y de la disponibilidad, escapar el hombre a la soledad y a la desesperación y penetra en el misterio de la esperanza.

Fe y esperanza están conectadas. La fe en el Tú Absoluto hace que yo considere la desesperanza como una especie de traición, pues “la fe es la disposición íntima de alguien que, al no poner condición o limitación alguna, y abandonándose en una absoluta confianza, sería capaz por ello mismo de superar toda posible desconfianza, experimentando con todo su ser una seguridad… que se opone a la inseguridad radical del tener.” También implica fidelidad, porque esperar es permanecer fiel en medio de las tinieblas. La esperanza, que supone siempre un faire crédit á la réalité, pero que, asimismo, sólo es posible «en un mundo donde hay lugar para la esperanza», es una fuerza, una virtud, no mera aceptación pasiva o resignada de los acontecimientos, ni, mucho, deserción, irresponsabilidad, no-compromiso o evasión. Finalmente, la plenitud de la esperanza sólo puede darse donde existe el intercambio espiritual, la participación, es decir, el amor. “Amor y esperanza no pueden separarse; un ser sin amor no puede tener esperanza, sino únicamente codicia y ambición”. El ser que espera está interiormente activo, no espera para sí mismo, sino que difunde cierto fuego alrededor. “Yo espero en Ti para nosotros”. Cuanto más se acerca la esperanza a la caridad, más partida de «esa cualidad incondicional que es el verdadero signo de la presencia» y esta presencia se encarna en el nosotros, por cuyo “yo espero en Ti”, y proclamo esa comunicación de carácter indestructible. Amor y esperanza aúnan sus esfuerzos para hacer que el hombre supere la tentación de cerrarse en sí mismo, evitar la desvitalización de la persona y salvarla de un empirismo sistemático.

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