jueves, 24 de marzo de 2011

Araceli López Varela, Dante Ariel Aragón Moreno, Carolina González Barranco y Mauro Izazaga Carrillo

     Sírvanse por amor los unos a los otros. Pues
     toda la ley alcanza su plenitud en este precepto:
     Amarás a tu prójimo como a ti mismo”
     Gálatas 5:13-14

     La gran razón moderna, capitalista, unilateral y prepotente necesitó de la producción de inexistencias, es decir, el propio capitalismo, al exaltar el fetiche del progreso, tuvo que producir, de manera inversamente proporcional, su correlato, la Nada, el no Ser, el pobre, el excluido. Así pues, paradójicamente al momento que exaltaba la constitución de un nuevo sujeto social, producía su sistemática destrucción. ¿Qué hacer para salir de ese dique de frialdad burguesa, se preguntó Adorno? ¿Qué hacer para que la mera posibilidad negada, el pobre excluido, devenga real? ¿Qué hacer para que la abstracta categoría encarne?
     ¿Seguiremos pensando al otro en términos abstractos? No lo creo, pues habremos de darnos cuenta, que ese discurso ético, si es que se queda en el nivel de la mera abstracción, termina reforzando lo que cree criticar.
     En esa pretensión de salir del monólogo, para romper el dique de la frialdad burguesa, para encontrar un reconocimiento sensible con el otro cercano, concreto y significado, con aquel que nos permita criticar al sistema vigente y excluyente, habremos de salir de nuestro egoísmo asegurador a través de la experiencia –incómoda— de dolor, única detonadora de toda una indignación ética.
     Tenemos entonces ante nosotros dos opciones, el monólogo burgués y esquizoide, o el diálogo vivificador y que me permite realizarme como persona, es decir, en términos de Ellacuría, optar por la civilización de la barbarie en la que ya nos encontramos arrojados, o por una de la civilización humana. ¿Qué me lleva a salir al encuentro del otro?
     Las experiencias de servicio me llevan al encuentro con el otro, que hasta hace poco era desconocido para mí; es un prójimo que ha estado lejos de mí, pero que en el momento del verdadero encuentro se convierte en un prójimo cercano, pues se manifiesta en un ser con un nombre, historia de vida, alegrías, sufrimiento, amor. Ese encuentro me llama a tomar acciones desde la responsabilidad personal y social para con él.
     Es en la realidad histórica donde se da el encuentro entre el tú y yo a través de una verdadera relación dialógica en un contexto determinado. La persona va al hallazgo de la realidad histórica, esta realidad se torna diferente y excluyente para el otro, para el excluido, para el pobre, para el enfermo, es aquí donde yo, como persona, me conmuevo y cuestiono en lo más profundo de mi alma por el contexto de aquel que de cierta forma ha sido excluido por el sistema social, político, económico y cultural. Así pues, es la realidad del otro (del excluido, del explotado, del vulnerable) la que me llama a participar y tomar acciones concretas que promuevan la justicia social basada en el amor y servicio como un compromiso existencial, es decir, a hacerme cargo de la realidad histórica.
     ¿Cómo saber si estas experiencias han trascendido? Carlos Díaz señala que el reto del servicio es complejo, pues se corre el riesgo de tergiversar su misión y ver éste como una ayuda de la cual pueda ganar una experiencia más, que sea compartida en una plática de café, una vivencia folclórica que da matices al color de la vida.
     La clave se encuentra en el amor, aquel amor que se manifiesta en el desinterés, ese amor que interpela, que provoca, que trasciende los tiempos, que acompaña y se solidariza en el dolor y la injusticia, que no da aquello que sobra, sino que el ser mismo se da hacia los demás… Es la respuesta a la invitación a construirnos en medio de la experiencia de los otros, ser capaces de dejarnos construir y moldear a través de sus vidas nuestra propia existencia, ser con y para los demás.

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