jueves, 24 de marzo de 2011

María Fernanda Martínez Díaz de Rivera
     La semana pasada, como parte de mi experiencia de servicio social, tuve la oportunidad de visitar el área de oncología del Hospital del Niño Poblano. Personalmente esta experiencia no era sólo una cosa que el colegio me pedía realizar, para mí esto iba más allá de una calificación, era algo que realmente me interesaba y una causa que llamaba mi atención. Sabía que era una experiencia fuerte y que el simple hecho de estar ahí iba a alterar mis sentimientos y me iba a dejar muchas cosas que después me serian útiles para la vida, además de que ayudaría a otra persona; todo esto me motivaba, más aun, a querer ayudar y visitar este hospital.
     El primer día fue impactante para mí y para mis compañeros pues al llegar todos nos abrieron las puertas y nos recibieron muy bien, además, nos dimos cuenta que estos niños, a pesar de tener grandes problemas, como su enfermedad, problemas económicos, sociales, familiares y muchos otros, siempre mantenían una sonrisa y se les notaba la chispa, el optimismo y las ganas de salir adelante. A mí esto me impactó mucho porque, si lo relacionaba con mi vida, me daba cuenta que para mí, con el simple problema, con un hecho sin importancia, mi mundo se caía y, en cambio, estos niños realmente tenían problemas, y sin embargo, su sonrisa no deja de estar presente.
     Cada día que pasaba me daba cuenta de la grandeza en cada aspecto de estos niños y lo mucho que me gustaba ir a estar con ellos. También, día a día, los pude ir conociendo mas, y, mientras eso pasaba, los golpes emocionales me pegaban, pues niñas de las que yo ya estaba encariñada se iban a enfrentar a grandes cirugías, y sin embargo, su sonrisa nunca se iba. La esperanza y ganas de luchar que tenían los niños y sus familias eran algo que realmente se debe admirar, pues yo creo que se debe de tener mucho carácter para poder tener ese tipo de actitudes, que, sin importar qué pase, ellos saben que van a salir adelante.
     Me encanta que el tiempo que traté a estos niños, fue un tiempo que no dejé de ver sonrisas, y me gustaba que nos esperaban con muchas ganas, emoción y disposición.
     Me acuerdo mucho de un día que nos disfrazamos de payasos y llevamos globos para repartirle a todo el hospital, y era impactante cómo, con el simple hecho de verte, sus caras cambiaban al 100%; parecía que se les olvidaba que estaban en el hospital y, más aun cuando veían que venias a verlos y a darles un globo; sus caras parecían la de un niño cuando ve sus regalos debajo del árbol de navidad y, para mí, con el simple hecho de poder ver esas caras de alegría, de emoción, el propósito de mi servicio se había cumplido.
     A pesar de que tuve una semana increíble, no quedé satisfecha pues siento que puedo volver parte de mi vida ayudar a niños que realmente lo necesitan; me encanta poder compartir mi tiempo con ellos y, más que la ayuda es recíproca, pues es casi imposible salir del hospital sin que los niños y sus familiares te dejen alguna lección de vida o que, sin querer, te den respuestas a algo que quizás no sabías, o que, simplemente platicando con ellos, te resuelvan problemas que no tenías intención de resolver ahí. Son experiencias fuertes, pero que llenan y que, poco a poco, te forman como ser humano.
     Para mí, el servicio social no fue una calificación, y no se va a quedar ahí, para mí, la labor que quiero hacer con estos niños es mucho más profunda y, quien tenga la oportunidad y ganas de hacer lo mismo, hágalo, pues vale mucho la pena.

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