martes, 20 de septiembre de 2011

Daniel Garza Torres
     Un día soñé que ya estaba grande (les pido piedad que apenas tengo 26), es decir, soñé que ya tenía como 45 (no pretendo agraviar, tampoco), el caso es que soñé que me despertaba y que no reconocía nada, ni mis canas, ni mis arrugas, ni siquiera a mi esposa. No sabía cómo había logrado comprar esa casa donde estaba, es más ni siquiera sabía si era mía. Volteaba a ver a todos lados, y no recordaba en lo absoluto cómo es que mi vida había llegado a ese momento. Sólo sabía que lo que miraba no me gustaba, como que no tenía sabor a mí.
     Me desperté del sueño, sin espanto, sin jadeos, simplemente me desperté con los ojos bien abiertos, eran las tres de la mañana y sabía, en ese momento, que nunca iba a volver a dormir igual.
     ¿Qué quiero? ¿Por qué quiero lo que quiero? ¿Y cuál es la razón detrás de mis decisiones? Muchas veces preferimos dejar que la vida se encargue de ponernos donde debemos estar pero, siguiendo esa lógica, ¿llegaremos a algún lugar sin saber ni un poquito por dónde caminé?, o peor aún, ¿en quién llegué a convertirme?
     Hace unos días me tocó acompañar al primero B a su campamento y redescubrí, una vez más, que para saber por dónde camino, necesito tener bien claro por qué camino. Al ver cómo los chavos se confrontaban con su historia e iban descubriendo su hilo conductor, me sentí orgulloso de su valor y reflexión, ya que, al enfrentarse a uno mismo, se corre el riesgo de darse cuenta que se está un poco perdido y que tal vez nuestra vida no tiene tanto sentido como creíamos.
     Preguntarnos qué es lo que le da fundamento y sentido a nuestra vida es el objetivo del campamento existe; el truco, y eso no lo saben muchos, es que esa pregunta nos va a acompañar toda la vida.
     Atrévete a vivir en continuo cuestionamiento, porque solo así encontrarás la valentía necesaria para caminar feliz.
     O como lo enunciara Pedro Arrupe S.J. “Enamórate y permanece en el amor, eso marcará la diferencia”.
     Saludos.


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