viernes, 28 de octubre de 2011

Óscar Susunaga Montero

     Me levanté temprano por la mañana como cualquier otro día. Mientras caminaba hacia el plantío y me volteaba para despedirme de mi esposa con el niño en sus brazos, me sentí el hombre más afortunado del mundo.
     Comencé a trabajar de la misma manera como lo hacía todos los días, me sentía contento porque estaba a unos días de cosechar, después de un año de trabajo y esfuerzo. Mientras iban transcurriendo las horas se comenzaba a sentir el cansancio, la fatiga del trabajo de la tierra.
     Ya casi cuando el sol se estaba guardando, comenzaron a oírse los casquillos de unos caballos, lo cual era muy raro tomando en cuenta que en el rancho a duras penas y había quienes tuvieran un burro, casi al instante aparecieron decenas de cabalgantes sobre aquellas majestuosas bestias, quizá fue poco el tiempo que tuve o mucho el que tomé en darme cuenta en que aquella cabalgata sólo tenía un motivo de estar allí: reclutar hombres para la milicia.
     Ni siquiera pude intentar darme a la fuga, en cuestión de segundos ya estaba sometido a su voluntad, mientras veía como se escondía el sol entre las montañas, lo único en lo que podía pensar era en mi mujer luchando para sobrevivir y en mi niño que crecería sin saber quién era su padre.
     Pasado el tiempo, así como yo, había cientos de hombres en mi misma situación. Luchábamos por una sola razón, por la esperanza de volver a ver a nuestras familias, porque en el ejército revolucionario, quien no luchara junto a ellos era el enemigo, y el enemigo solo tenía un destino, la muerte. Cada noche antes de quedarme dormido, pensaba en ellos y suponía cómo había sido su día, esa era la peor tortura que podía imaginar, el no poder estar al lado suyo.
     Más de una vez pensé que sería el final, pero gracias a la virgencita logré salir vivo de muchas batallas. Presencié cientos de asesinatos, algunos de hombres en verdad malos, pero en su gran mayoría eran como yo, trabajadores a los que habían obligado a luchar para llevar a cabo una guerra que parecía no tener fin.
     Intenté escapar en varias ocasiones, otra vez fui muy afortunado ya que nunca fui pillado en el intento a diferencia de otros mortales que como yo añoraban ver a sus hijos y esposas, a todos ellos los fusilaron por traidores.
     Me queda en claro una cosa, esta guerra ha destrozado familias, ha saqueado pueblos, ha asesinado a personas inocentes en el nombre de la revolución, del cambio, pero el cambio no ha llegado a pesar de las miles de personas que han muerto dentro y fuera de la batalla a nombre de ésta. Y todo esto para que el nuevo presidente venga a hacer lo mismo que hacia el aguije que me arrastró a la muerte.

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