viernes, 4 de noviembre de 2011

Andrea Hernández Ramírez
Primer semestre

     Mi experiencia al visitar el albergue “La Sagrada Familia” ubicada en Apizaco, Tlaxcala (mejor conocida como la Casa del Migrante) fue impresionante, porque para mí, al principio ese tema se había convertido en algo muy común dentro del salón de clases, claro con opiniones muy superficiales acerca de los temas que se fueron reforzando con la teoría vista en el curso de servicio social.
     Cuando llegue al albergue me quede impactada: jamás había imaginado algo así; cuando entre y ver a las personas que albergaban este lugar fue raro y desconocido.
     Al principio, no sabía como romper el “hielo”, les empecé a preguntar que de donde eran y a donde iban, ellos como un largo cuento, empezaron a contar toda su historia, desde que salieron de su casa hasta ese día, algunos decían que ni siquiera habían avisado en sus casas pero querían buscar nuevas oportunidades en nuevos lugares; platicaban algunas anécdotas, algunas en chiste pero en realidad eran muy intensas, algunos no paraban de hablar y hablar, tampoco dejaban conversar a los demás y eso era muy chistoso porque en ese momento todos querían contarnos su historia.
     También algo que noté, fue su particular forma de dialogar; ellos dicen que para que los policías no entiendan lo que dicen de vagón a vagón y sea más difícil encontrarlos, o saber que planean, hablan en “mo”, o sea después de cada sílaba le agregan mo; la verdad me costó mucho entender ese modismo pero era una especie de código entre todos ellos.
     Ellos platicaban que al vestirse diferente eran discriminados en otros países, en países “fresas” según ellos; ellos al ponerse tatuajes y poner diseños sobre su cuerpo podían recordar a sus papás, su familia, sus costumbres, y todo lo que habían dejado en su país natal; igual cantaban canciones sobre la desigualdad en el mundo, claro a ellos les gusta expresarse con toda la verdad porque al haber vivido todo eso les dejó experiencias amargas que los ha fortalecido como personas.
     Algo que me dijo uno de ellos y que me puso a pensar infinidad de cosas fue esta frase: “Si no has sufrido, no eres migrante”.
     Esta experiencia me llevó a cambiar mi punto de vista con respecto a los migrantes; pues aunque su aspecto no es del todo confiable, al tener esta convivencia me doy cuenta que son seres humanos con aspiraciones, como cualquier otro y no hay motivo para tratarlos diferente.

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