viernes, 16 de diciembre de 2011

Estefanía Rodríguez

     Julia esperaba esto, sabía que algún día tendría que empezar su labor. A las cinco sonó el reloj, era hora de levantarse y empezar un nuevo día, otro día más y el sol nacía desde el este, iluminando así los maizales a las afueras de su casa.
     Mientras calentaba los frijoles le llegó esa pesadez que sin duda la tentaba a regresar a su cama y echarse un coyotito de cinco minutos, nada más, pero el sol logró asomarse por la ventanilla, ubicada dos pies arriba de la cocineta, deslumbrando su mirada, haciéndola despertar.
     Las hojas secas de los maizales chocaban entre ellas, llamándole a que saliera y que, con esas manos callosas y duras, cesara el ruido constante para que pudiera descansar tranquilamente, en paz.
     Sí, un día más, un nuevo sol y ese mismo silencio que se rompe con cada roce, pidiendo ser silenciado.

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