viernes, 16 de diciembre de 2011

Fernanda López

     Hoy a mediodía desperté, ya no había nadie en casa. Bajé a la cocina en pijama para ver si me encontraba con una nota que me avisara sobre en dónde se encontraba mi familia, algo que me dijera que llegaban a tal hora, o que los alcanzara en tal lado; nada, ni si quiera veía bien y no me daba cuenta, seguía demasiado dormida.
     Salí a la tienda en pijama, sin maquillaje, sin peinarme y, por si mi apariencia no lo gritara a tres kilómetros o más, me acababa de despertar e iba en busca del desayuno, cuando el resto probablemente, ya se encontraba en su hora de la comida.
     Caminé muy tranquila, el clima era bastante agradable, pasé varias calles y un parque, pasó mucha gente. El camino hacia la tienda estaba siendo más agradable de lo usual, lo estaba disfrutando tanto que se me hizo corto. Al llegar a mi casa y buscar en el refri algo para acompañar el pan tostado que acababa de comprar, fue que me di cuenta, no veía bien, no me había puesto los lentes, lo que veía eran imágenes borrosas de los diferentes frascos, subí entonces a ponérmelos y al estar frente al espejo me di cuenta, me había gustado tanto la caminata porque no veía la forma en que la gente me miraba, mi apariencia no me molestaba porque iba a lo que iba, disfrutando el recorrido, nada me perturbaba, probablemente porque no lo notaba del todo. Me dejé los lentes y bajé a desayunar. Queriendo ver más así, sin ellos.

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