viernes, 16 de diciembre de 2011

Lucía Rodríguez Zeledón

     Eva es una niña pequeñita, tan pequeñita como un maíz. Bueno, la verdad es un poco más como una mazorca chiquita.
     Eva vive en una casa grande grande, la que está al final de la calle, la que va de subida y llega hasta el río si la sigues caminando porque al llegar a casa de Eva termina el camino de coches; ella vive con su mamá, sus abuelitos, su tía y su tío, que solo llega los fines de semana porque estudia una carrera en la ciudad.
     Su familia cultiva maíz, tienen unos terrenos muy grandes cerca del rio y las cuevas donde siembran y cosechan el maíz.
     En esta época del año recogen el maíz y lo trabajan para hacer tortillas y llevarlas a la los pueblos cercanos a venderlas.
     Después de recoger el maíz lo llevan al patio de su casa, el que está en el centro, el más grande. El patio está en medio de la casa y alrededor de él están los cuartos. Hay tres, donde duermen Eva y su mamá, y el de sus abuelitos, que es el más más grande. A Eva le encanta sentarse en la cama y ver por la ventana el patio de la casa de junto y le gusta también, pensar que alguna vez, todo ese terreno y el de sus abuelitos y el de Doña Francisca y hasta el del mayordomo de este año, fueron maizales hermosos. Al fondo del patio está el comal y la mesa donde todos los días se reúnen a comer, a hablar, y donde Eva hace su tarea por las tardes. Lo que más más le gusta a Eva es un árbol de mandarinas que está en el centro del patio.
     Bueno, la cosa es que ahí en el patio dejan todo el maíz recogido en esta época y lo dejan ahí unos días hasta que seca y después lo hacen masa para las tortillas.
     Cultivan maíz amarillo, azul y rojo.
     A Eva le encanta cuando el maíz está acomodado por colores en el patio. Toda la casa cambia de colores y de olores y le gusta ver cómo salen rayos de colores del piso del patio cuando sale el sol por la mañana. Lo que a los adultos les parece cotidiano, Eva lo encuentra extraordinario y no se explica por qué su mamá se enoja cuando se queda horas viendo el sol y no se apura para vestirse y comer su desayuno para poder ir a la escuela.
     La semana pasada al vecino de al lado se le escaparon diez cochinos y los abuelitos de Eva estaban muy preocupados porque los marranos iban a comerse la cosecha y los iban a dejar sin maíz para tortillas y sin tortillas para vender.
     Su familia se reunió en la mesa del comedor para discutir qué harían con la cosecha para protegerla, y decidieron que harían una ofrenda al Señor del Maíz para que cuidara su cosecha. A la mañana siguiente, cuando la familia despertó, toda la cosecha estaba ahí, pero la de la del vecino del otro lado, se la habían comido toda. La familia, muy agradecida, llevó a lo más alto de cerro donde se encontraba el templo del Señor del Maíz, un borrego.
     Así pasaron tres semanas y día tras día, cuando despertaban y la cosecha seguía en el patio, ofrecían algo al Señor del Maíz.
     Una noche, el abuelo de Eva escuchó ruidos en el patio y, temiendo que fueran los cochinos del vecino, salió con la pala para espantarlos.
     Y lo que pasó fue que se llevó una gran sorpresa; lo que encontró en el patio ciertamente eran los cochinos, pero estos no se estaban comiendo el maíz porque todas las noches Eva les daba mandarinas del árbol para distraerlos del maíz y evitar así que la familia se quedara sin tortillas este año.

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