viernes, 3 de febrero de 2012

Adriana Gutiérrez Santibáñez

     Lo que resulta terrorífico no es su gran número sino los terribles efectos. Los niños ya no saben qué hacer, ya no piden regalos por escrito, algunos tienen pesadillas y si se portan mal, nos damos a la tarea de asustarlos diciendo: "Santa Claus va a venir por ti". Hoy en día el hecho de mencionar siquiera a la Navidad hace que muchos sientan temor, algunos incluso han necesitado acudir a los psiquiatras para buscar algún tipo de ayuda.
     Creo que cada día son más, en ciertas ocasiones las cifras que registran los especialistas son alarmantes. Hasta ahora hemos logrado mantenerlos alejados no celebrando la Navidad, aunque, claro, sólo en ocasiones especiales, cuando su número ya es muy grande. Para lograr nuestro objetivo, ponemos a un niño en un cuarto pequeño, decorado con luces de colores, un árbol cargado de adornos; así tan sólo nos damos a la tarea de esperar. Por lo general el tiempo de la expectativa va variando porque los invasores tardan un poco en localizar el cuarto y después tratan de darle cierto misterio al asunto. Procuramos que la habitación tenga una salida suficientemente grande para facilitar el escape del niño, y no para que escape ninguno de ellos. Hay un límite de capacidad, el cuarto no alberga muchos de ellos; tan sólo esperamos a que se junten unos cien o ciento cincuenta de ellos y cuando vemos que el niño sale corriendo de la casa, simplemente la destruimos junto con todos los Santa Clauses dentro.
     Al principio la práctica le resultaba muy cruel a la gente e incluso algunos de ellos insistían en ayudarlos o permitían que sus hijos les escribieran cartas, aunque luego de que varios niños fueran encontrados asfixiados bajo millones de juguetes la aceptación fue casi inmediata. Muchos de los científicos han dicho que así sólo lograremos que su número crezca, que por el momento tan sólo se esconden para que el día que nos olvidemos de su existencia y bajemos la guardia puedan volver a atacar de nuevo, invadiendo todo con su eterno olor a pino, con sus barbas hediondas, con sus trajes desteñidos y con miles de juguetes.

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