viernes, 12 de abril de 2013

Rosana Ricárdez

¿Cómo sé que algo es diferente cuando veo lo mismo? La respuesta es sencilla: no puedo saberlo. Me doy cuenta de la diferencia cuando me planto frente al otro, y poco a poco, descubro que los demás son ese otro, que yo mismo lo soy para los demás. Por eso es que el encuentro con el Otro, en singular y con mayúscula, es fundamental, tal como lo nombró Levinas.

El filósofo francés de origen lituano, Emmanuel Levinas, nombra “acontecimiento” al encuentro con el Otro porque gracias a él defino el yo, gracias al Otro construyo mi individualidad, por él me doy cuenta de lo que soy y de lo que no y, en el mejor de los casos, me sensibilizo.

El encuentro con el Otro no sucede de manera fortuita ni en todo tiempo, de hecho, es un acto al que llevan las circunstancias pero que se concreta cuando soy consciente del derredor. El mío fue gracias al periodismo y al polaco Ryszard Kapuscinski. En el libro titulado “Encuentro con el Otro” da gracias por la fortuna de conocer a sus semejantes, de saberse diferente y de aprovechar la riqueza de esa diferencia. En otro libro narra cómo fue su encuentro con el Otro cuando por vez primera fue enviado como corresponsal de guerra a un país africano – no recuerdo cuál. Saberse diferente, no negro, fue el acontecimiento; integrarse le llevó veinte años entre tribus africanas. La moraleja: “ante el Otro hay tres opciones: declarar la guerra, aislarse o entablar un diálogo”.

Las guerras en el mundo dan cuenta de la elección de muchos, sin embargo, hay un tanto más de individuos que opta por aislarse; los menos entablan diálogos, se asoman a mundos disímiles y descubren, se descubren.

Descubrimiento es precisamente lo que ha dejado tener conmigo a intercambistas en la Prepa. Son ya tres años consecutivos de encuentros, porque eso ha sido el acontecimiento para mí: he encontrado, por fortuna y desgracia, más similitudes que diferencias: el humano es ruin, despiadado y falto de valores aquí y en Turquía y Esolvaquia; el humano es sensible, noble, compasivo y posee valores en Francia, Finlandia y aquí, y viceversa. Pero me alegra poder descubrirlo.

Una vez más, en territorio mexicano, me alegra que tres amables y sensibles personas compartan esa diferencia-similitud conmigo y con quien se deje. Lo que el lector encontrará a continuación es parte del testimonio de la diferencia-similitud en la pluma de una estadounidense y dos alemanas. Sírvase a abordar.

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