martes, 29 de julio de 2014

Ana Victoria Rodríguez Gopar y María José Rodríguez Salomón

     Hemos aprendido que el utilitarismo es una doctrina que sitúa a la utilidad como principio de la moral. Esta doctrina nos dice que la moralidad de cualquier acción o ley vive definida por su utilidad. Tiene entre sus principios fundamentales lo que se conoce como bienestar social, esto significa que nuestras acciones no deben ser sólo en beneficio propio sino que éstas deben beneficiar a la  comunidad.
     A pesar de ser un concepto que se ha manejado desde siglo XVIII, es hasta este momento en que ha ido tomando fuerza. Observamos que, en los últimos años, se nos ha ido inculcando que cada acción que hagamos debe ser en beneficio de todos, por ejemplo, un tema que está de moda en este tiempo es el reciclaje y se nos  enseña que el reciclaje es necesario para cuidar el planeta, una acción que, si llevamos a cabo, nos ayudará a nosotros con un ambiente menos contaminado y ayudará a que las futuras generaciones vivan mejor.
     Pero el utilitarismo, como todo en esta vida, tiene dos caras. Por ejemplo cuando se va a construir una carretera federal, en varias ocasiones se despoja de sus tierras a las personas que habitan en el lugar de la construcción. Esta acción se justifica, ya que a pesar del despojo de tierras, la carretera ayudará a la comunicación entre varias zonas del país, lo que fomentará el comercio, así como el turismo, generará mayores empleos. ¿Pero será válido que el fin justifique los medios?
     El último ejemplo se ha visto mucho a lo largo de estos años, en especial, en temas políticos. El utilitarismo sin duda es un pensamiento que se está convirtiendo en tendencia y que cada vez gana más seguidores. Una moda que esperamos tome el lado positivo y no el negativo, para así poder crear el cambio que necesitamos.
    

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