lunes, 26 de octubre de 2009

Una reflexión sobre nuestra experiencia rural
Lic. Miriam Ríos Kosa

NOSOTROS
Nuestros días inician a las seis de la mañana con un tormentoso baño de agua caliente, un licuado, cereal, pan dulce y posiblemente una buena cantidad de café. Nuestros padres nos apuran para llegar a tiempo, o lo menos tarde posible a clases. Los profesores nos sumergen en sopor al tratar de explicarnos el origen biológico, antropológico y político de nuestra sociedad y de nuestro país. NOS ABURRIMOS. Esperamos ansiosos que de la una de la tarde para salir en nuestros autos directo a casa, comer por lo menos tres platos y sentarnos a “chatear” o ver la tele un par de horas, para después olvidar que tenemos deberes escolares… NOS AUSENTAMOS DE LA RESPONSABILIDAD… Cuando nos damos cuenta, son las diez de la noche. Papá está viendo el insípido noticiero como siempre; mamá ayuda a mi hermana pequeña a terminar apresuradamente la tarea, ¿Y yo?, Yo estoy pensando en qué ponerme mañana porque mis amigas ya conocen todo mi guardarropa… ME MARGINO DE LA REALIDAD.

ELLOS
Son las cinco treinta de la mañana, la hermana mayor ayuda a los pequeños a ponerse los uniformes descoloridos que han pasado de generación en generación. Les lava la carita, las manos y les pone los zapatos, también heredados. Mientras lo hace, repite en su cabeza los temas del examen de biología, se imagina la cara de su papá que está “del otro lado” y piensa en su mamá que se fue al molino hace media hora. A las seis y veinte se lleva a sus hermanos al colegio porque ella entra a las siete. Ya se quedarán esperando en el salón una hora más. SU RESPONSABILIDAD ESTÁ CUMPLIDA.

A las ocho, los hermanos menores reciben en la escuela un pequeño desayuno consistente en su mayoría de sopa caliente. Hoy a su hermana, por las prisas, se le ha olvidado darles el medio vaso de leche que les tocaba por ser miércoles. Comen, ven el reloj del comedor de la primaria con calma, su madre ya lleva cuatro horas despierta, dos de ellas en el molino de maíz. ¡Ojalá que mi mamá hoy venda más tortillas!, piensan. Callan. Se termina el desayuno y ellos aún tienen hambre. SU REALIDAD LOS ENTRISTECE.

Son las dos de la tarde, la hermana mayor pasa por sus hermanos, recoge sus mochilas y camina con la frente en alto, el examen de biología no le pareció difícil… está convencida en estudiar enfermería, tal vez el gobierno le de una beca alimentaria. SUEÑA. Llegan a casa. ¿Qué hay de comer?, preguntan los más pequeños. Ella contesta que no habrá comida hasta que se hayan dado un baño. Los niños aprovechan el calor de la tarde para hacerlo y se sientan en la mesa de tablas del comedor. Hoy el menú consiste en taquitos de haba con sal, caldo de frijol e higos del árbol que está en el jardín.

Dan las cinco de la tarde. La madre regresa arrastrando los pies y unos cuantos kilos de tortillas. Voltea a la mesa. Sus tres hijos están con los libros abiertos intentando hacer sus tareas. Coloca las tortillas al lado de los lápices, se sienta en una de las sillas que tiene cojines, cierra los ojos, AGRADECE ESTAR CON ELLOS UN DÍA MÁS, se queda dormida.

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