sábado, 16 de julio de 2011

Gerardo Horacio Porcayo

     Aquí en nuestra cultura occidental, aquí en nuestro México, existe una suerte de tradición supersticiosa bien arraigada; tan intrínsecamente aferrada a nuestra idiosincracia, que de pronto parece detentar esa aura de lo axiomático, de la verdad eterna, aunque no lo sea.
     Vivimos, nos manejamos a través de un concepto cíclico como regente de todo. La vida da paso a la muerte, todo lo que inicia ha de terminar; el primogénito, el Benjamín de la familia y así, hasta el hartazgo y la ignominia que alcanza estratos populares y mass media con eslogans semejantes a: "sólo existe el primer lugar. Segundos lugares son para fracasados y no valen nada".
     Llega a tal grado esta obsesión que Harold Bloom, en su Canon de Occidente, llega a acuñar el término la angustía de las influencias para definir, en literatura, esa mortificación palpable que experimenta todo creador por el hecho de reconocer que siempre se le verá como imitador de alguien, por el solo hecho de llegar después, un histórico después de la llegada de los grandes maestros, precisamente aquellos que lo hicieran amar la literatura, ese peculiar arte que cultiva.
     Jorge Luis Borges tuvo a bien, para librarse de esa angustia, inventar un método: volverse padre literario de su padre literario, con la simple, en apariencia, estrategia de ensalzar sus fuentes y hacerlas evidentes para sus lectores. En mi experiencia personal, por ejemplo, me encontré leyendo a Edgar Allan Poe luego de leer las recomendaciones de Borges, sólo para encontrarme con una especial decepción: el maestro no le llegaba a los talones al alumno. En otras palabras, en lugar de encontrar en Poe un super-escritor, encontré los vestigios arqueológicos de lo que sería la escritura de Borges.
     Pero eso puede conseguirse en literatura... ¿Y qué pasa con la vida diaria?
     Primeras generaciones de cada institución sólo existe una. Y, en casos extremos, sólo una última generación que cierra del todo la historia de esa institución.
     Prepa Ibero Puebla enfrenta la llegada de una nueva graduación. La segunda generación de estudiantes que culmina su ciclo escolar está a punto de subir al podium a recibir certificados con togas y birretes... Algo de lo que ya fueron testigos. Algo que en sus conciencias pesa. Ya no son los primeros. Ya no inauguran un nuevo estrato, una nueva tradición.
     Nada más falso. Si algo nos enseña día con día el devenir, es que cada historia, la historia individual, es inédita, irrepetible.
     No habrá otra primera generación. Ni otra segunda generación.
     Cada una, sin usar la estrategia de Borges, ha encontrado sus propias vías de avance y ha forjado un camino que la distingue de cualquier otra. Habida y por haber.
     No hay ciclos cerrados. No batallas ni guerras perdidas ni ganadas. Lo que hay es la espiral de vida, que como el ADN, crece, se espiga hacia lo alto, y se hace único, irrepetible.

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