viernes, 16 de marzo de 2012

     José Rolando Ochoa Cáceres
    
     Sucede. Mira. Pasar por aquella calle para suponerte en esa mediación que es letargo, silencio y la lejanía de tu rostro.
     No siempre hay que callarse. Esos paseos después del café, advertirse en las sombras y de momento tomarse de la mano y ver algún afiche de Lautrec o Monet.
     Un poco de Thelonious Monk y Coltrane –Ruby, My Dear— y despojarse de la desolación y eso de los misterios; compartir algún cigarro y esperar que un gato cruce la calle con ese mutismo suyo y su compás de insomne.
     Eso de la soledad… Vaya, habría que sacudirse por un momento y deleitarse con los óleos de la noche. Aquello del fastigio de la luna, la aporía y descansarse en los ojos.
     La nulidad es otra cosa y en ese momento uno que cree que con los barbitúricos… Contados los poetas.
     Curioso que en esta calle nos encontramos para no sabernos. Curioso porque ese día el gato no cruzó la calle y lo esperamos para no vencernos… Esa manía nuestra de apostar el evento por destino.
     Un poco de Coltrane, abrir un vino y revisar ese tu libro de grandes pintores. Lorca en las pinturas de Dalí, Remedios Varo y adivinarnos en Cézanne…
     Y después tenderse en la alfombra y subir el volumen cuando transmiten el concierto de 1945 en el Town Hall, en New York City que dieron Gillespie y Parker. Siempre quise tocar el saxo…
     Después…Eso de la noche. Respirarse en ese bagaje metafórico. La despedida, lo sabes, eso de: nos vemos pronto, quizá mañana en el café; y conservarse en la mirada sabiendo que no habrá otra mirada.
     Caminar y ese enfado de verse en las sombras. Encender otro cigarro y detenerse en el hotel donde el pianista toca un enfadado Chopin… La interpretación.
     Y en esta calle. Mira. Pasar por esta calle para suponerte me recuerda que debo esperar lo que para verte debo callar.
     Bebop.
    
    
    
     Cuento

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