lunes, 30 de julio de 2012

Lucía Rodríguez Zeledón

      Buenos días madres de familia, compañeros y profesores que nos acompañan el día de hoy.
      Hablar sobre el 10 de mayo genera muchas expectativas. Se pueden decir tantas cosas sobre esta fecha, desde lo que el sistema económico nos ha hecho creer de la maternidad hasta la cantidad (por no decir cualidad) de los regalos que hay que darle a la madre.
      El Día de las Madres se ha tornado en una explosión de vendedores de flores y tarjetas.
      Al hablar de esa persona que es todo amor y ternura, que nos lava la ropa y nos hace el lunch, es hablar también de aquélla que debiese estar agradecida por la plancha que va a recibir en su día.
      Podríamos celebrarles pidiéndoles que hoy se queden en su casa, que nosotros les atendemos, pero, ¿de qué sirve hacer un gran desfile un día, si quien tendrá que levantar el tiradero al otro, es la propia festejada?
      Pero yo, en esta ocasión quiero hablarles de la madre que siempre está presente… a pesar de todo.
      El día de las madres suele ser el único del año en el que le agradecemos inmensamente a esa persona que cultivó nuestra vida durante nueve meses en su panza y que nos ama incondicionalmente, pero la verdad es que se celebra la vida y una compañía que no se puede cambiar.
      Entonces voy a empezar por darles las gracias; por ser esos brazos que nos sostuvieron, esas manos que nos detienen cuando las nuestras tiemblan, esa voz que dice la verdad aunque nos duela y que, sin embargo, nos apoya por más ilógica que parezca nuestra idea, por ser la razón por la cual volver a casa es reconfortante y siempre la mejor opción cuando estamos tristes, por ser madres y muchas veces padres al mismo tiempo, por ser tan fuertes y verse tan delicadas, estar llenas de alegrías que muchas veces no compartimos con ustedes, porque nos hacen quejarnos tanto que queremos detestarlas, pero es inevitable amarlas inmensamente, por vernos crecer por más difícil que sea, por ser los mejores brazos del mundo para dormir pero la peor voz para despertar a las seis de la mañana, por querernos tanto que nos hacen querernos igual, por hacernos sentir enormes al estar parados a su lado, por permitirnos conocer el mundo desde sus ojos y tomados de sus manos, por ser el mejor empujón para llegar tan lejos como queremos, por hacernos llorar y reír y muchas veces gritar, por soportar nuestro silencio y también nuestras interminables historias, por ser nuestra mamá y la de todos nuestros amigos también, por ser la mejor mamá del mundo según la tarjeta que te damos cada año.
      Podría seguir agradeciéndoles a todas las mamás, por cargar en su espalda y su corazón el mundo entero, y a nosotros sus hijos, pero la verdad, las palabras no alcanzan para hablar sobre una madre, es lo que se siente día con día lo que realmente habla de ellas. Y no me queda más que felicitarlas y decirles que si el universo entero se crea en el vientre de una madre, es de ese tamaño lo que tenemos que agradecerles y reconocerles. ¡Felicidades!

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