viernes, 5 de octubre de 2012

Cynthia Ximena Elías Ruiz

     
      Por un momento, luego de haber quedado mi mente en blanco, logré volver en mí.
      Pensé que era un sueño. Hubiera jurado que estaba muerta si todo hubiera desaparecido. Cuando cerré los ojos, te vi volando a través de mis pensamientos más profundos. Te vi amándome, manteniéndome en tus brazos; ideando planes para estar juntos.
      Toda mi vida había pensado que lo ideal era aprender a ser independiente, no necesitar de los demás, sobre todo de ti. Ahora me doy cuenta que existen cosas que no puedo hacer sola, como doblar sábanas, sujetar una escalera y subir al mismo tiempo; medir la distancia, de un punto a otro, cuando no existe una referencia; beber un café y conocer a quien está sentado delante de mí; tomar una fotografía que haga referencia a un futuro, discutir, besar, abrazar, entregar, querer.
      He conocido parejas que se encuentran ausentes de mente y corazón cuando se ven; amigas que se vuelven amantes y terminan por escapar juntas. Sé de hombres que comparten una familia aunque no estén enamorados; de mujeres que por miedo a perder a una persona, se han rehusado a amar y por lo tanto nunca lo han sentido; vi al dolor crearse lentamente; lo vi inyectarlo en víctimas de amor que no se supieron levantar; vi el dolor en los ojos ajenos y escuché latir corazones al ritmo del enamoramiento.
      Conozco a alguien que se enamoró de un hombre que supo defender todo lo que tenía, menos a una loca que le dedicó hasta su último suspiro. Que todas y cada una de sus noches las vivía pidiéndole a las galaxias que estuviera ahí, que le robara todos los besos que ella no le pudo dar, que sintiera la temperatura elevada de su cuerpo mientras le besaba el ombligo, y que le gritara al mundo que no sentía nada por nadie más.
      Ella fingía ser, por miedo a no ser y siendo sin ser, aún si eso significaba perder todo lo que tenía, lo hacía por él. Todo era para conseguir al menos la mitad del amor que ella le tenía. Sin embargo, al fingir por miedo a perder, no se le hizo ganar. Quizás debió atreverse y decirle al comienzo quién era y lo que no era, qué le gustaba y qué no, qué tenía, qué quería, qué era, sin miedos, sin vergüenza, sin pensar en perderle.
      Se dice que a lo largo de la vida encuentras a tu media naranja y a la persona con quien pasarás el resto de tu existencia. La primera, es aquella a la que amas con toda tu vida, por la que darías cualquier cosa por pasar al menos tres meses a su lado. Es aquella persona con la que quizás compartiste cosas o quizás nunca pudiste llegar a hacerlo, pero que no puedes sacarla de tu pensamiento, por la que perdimos la cabeza, enloquecimos y martirizamos las situaciones. Sé que todos tenemos a una persona a la cual amamos a pesar de todo el daño que nos ha hecho o aunque la hayamos perdido, y sé que pasó por tu corazón la imagen de aquella que hizo que tu mundo se dividiera en dos, antes y después de que la conocieras. La segunda, es aquella con la que pasarás el resto de tu vida, quizá formarás una familia y vivirás con lujos.
      A mí me ofende pensar que aquella persona especial se pregunte cuánto lo quiero, o qué daría por él. Lo único que yo quisiera, en este momento, es dejar de escribir en el monitor y comenzar a escribir en su espalda, con el reflejo del sol, nuestra historia, sin saltarme las malas experiencias y momentos que nos tocaron vivir, dejando de nota que todo eso nos hizo más fuertes. 
      Lo cierto es que no sé muy bien cómo ha pasado esto, quizás sus ojos no vieron lo que yo quería que vieran, pero aunque su nombre resuene como un eco en mi corazón, y no pueda dejar de caer en él, me toca no pensar qué pasará; me toca no sufrir. Salir a la noche fría sin su presencia y, en lugar de que mi cuerpo se caliente con sus recuerdos, enfriarlos con las ventanas y puertas donde no se encuentra, porque cuando se llega a esa soledad, una se da cuenta de que la ruptura puede llevarnos a un lugar mejor. 
      Hoy creo que lo más importante es saber volar sola.
     
     
 

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