jueves, 31 de enero de 2013

Diego López Cuevas

Estabas tan calmada y asustada
que no percibiste el mar de mis ojos,
sentí la sensación del vacío en mí…
¡Qué será de ti y de mí, separados y muertos el uno del otro!
No pude huir de la suavidad de tu piel
ni de tus palabras de aliento,
ni del tono de tu voz tan tranquilo como siempre…
Hasta que llegó ese ruido extraño y tremendo,
una sensación rara atravesó mi piel.
De repente abrí los ojos…
Era sólo un mal sueño, un sueño que me despertó.

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