jueves, 31 de enero de 2013

Arianna Guntvedt
 
“La naturaleza es como una sociedad, tiene que vivir en armonía para evitar conflictos”

Los habitantes de la ciudad de Güelana cuidaban el ambiente de una manera muy extraña.  Para ellos, la ecología jugaba un papel extremadamente importante en su forma de vivir.  Ahí, las personas no comían carne, pero tampoco comían verduras, de hecho, no consumían nada más que agua. La tierra y la naturaleza los alimentaba, no físicamente sino de forma espiritual, y de esta forma vivían una vida bastante corta, pero conocían la felicidad mejor que cualquier ser humano.
Un día, vino un inversionista extranjero a visitar la extraña ciudad, junto con su hijo pequeño.  Al llegar a la ciudad, su hermosura y armonía los dejó con la boca abierta, mientras que el niño estaba fascinado con lo felices que se veían los demás pequeños de la ciudad, el padre lo vio todo como un desperdicio de recursos e inmediatamente buscó algún fruto para comérselo en frente de toda la ciudad.  Los habitantes de la ciudad estaban horrorizados con este señor corpulento, pero poco a poco su naturaleza como consumidor despertó los intereses de algunas personas más jóvenes.  Transcurrió un año durante el cual las vidas de las personas de ciudad Güelana cambiaron por completo, donde antes había chozas abiertas a la naturaleza, ahora había estructuras de cemento cerradas con llave. Había dos comunidades o grupos de personas, un grupo estaba a favor de la reforma y el consumo y el otro era conservador, opuesto completamente a las ideas del inversionista corpulento que les había enseñado a comer. Entre este grupo se hallaba el hijo del inversionista que había sentido tanta paz ese día al descubrir el paraíso. 

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