jueves, 17 de octubre de 2013

Ignacio Castellanos Solís

La expresión oral es una manera de externar nuestros sentimientos, nuestras palabras, y en ella no debe faltarnos la seriedad y la veracidad al hablar. Si la comunicación hace al hombre, ¿por qué no hacerla nuestra?, por qué no  apropiarnos de la intelectualidad y plantear nuestro camino hacia el desarrollo, todo nace de la expresión y la cultura, el poder expresarnos de manera libre e impetuosa, nos centramos aún en los prejuicios de antaño y no queremos salir de ellos, hablar libremente no significa ser informal ni mucho menos querer producir por ejemplo una algarabía falsa en el pueblo enardecido.
     Pensemos en la palabra, este ente en nuestro poder, la cual  pareciera que no usamos más que para quejarnos de camino a casa, llegando resignados a nuestros hogares, quejándonos del precio del combustible semanal. Esta más allá de ser usada para cumplir la necesidad de comunicación, expresa el poder que tenemos para ejemplificar nuestros pensamientos, exhortando al cambio verdadero, al discurso centrado y sobrio de los temas que tratemos, pero a su vez, fuerte como pensamos que es nuestro tema.
     Por medio de la “palabra joven” cambiaremos el inevitable curso de la historia, la del país número uno en obesidad o el lugar donde se venden más televisores que libros. Nos corresponde a los estudiantes, los académicos, a los que de verdad se consideren mexicanos, olvidar el pensamiento pesimista y actuar para solucionar.
     Demos a conocer la verdad de lo que ocurre en el país ¡expresándonos! La energía de la palabra joven debe estar presente para atacar la ignorancia y la pasividad, recordemos a Belisario Domínguez y su manera de profesar amor a la nación, porque, ¡mientras cada mexicano haga lo que deba hacer, la patria estará salvada!

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