jueves, 17 de octubre de 2013

Gabriel Santamaría García

     Después de cinco meses a escondidas, el general nazi Barend se dio cuenta que había embarazado a Harela; nunca llegó a considerar formar una familia con ella, pues la amaba tanto que sabía que las diferencias políticas en el tenso ambiente del momento los meterían en problemas. Harela tuvo que hacerse a la idea de ser madre soltera, después de separarse de Barend, quien fue comisionado lejos de ahí, perdiendo contacto con su amada por culpa de la Guerra.
     Tres años después de nacer Adina, hija de Harela y Barend, fueron enviadas al campo de trabajo Ravensbrück, el exceso de deportados, la escasez de comida y la proliferación de enfermedades obligó a los alemanes a tomar medidas drásticas, pronto tomaron la decisión de construir una cámara de gas para librarse de lo que denominaban “el problema judío”, los altos mandos calcularon y decidieron empezar por las niñas y las mujeres más débiles, pues consumían recursos y no representaban un beneficio al Reich. Harela y Adina formaron parte del primer grupo de judías que fueron a las duchas.
     Los altos mandos decidieron asistir antes de la cremación de los cuerpos, para supervisar las labores de búsqueda de objetos valiosos, que otras prisioneras en Ravensbrück eran obligadas a realizar, ya que algunas mujeres escondían cosas en las cavidades corporales. Mientras caminaban entre los cuerpos el general al mando de la comitiva se detuvo súbitamente, trató de disimular el horror, pero éste se había apoderado de su alma, era evidente para los acompañantes que su turbación venía de reconocer a aquella mujer que se aferraba al desnutrido cuerpo de una niña, Barend, quien las creía a salvo en Berlín, sabía que aquel vapuleado cuerpo era su mujer y la criatura a su lado la hija que nunca estrecharía ya entre sus brazos.

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