jueves, 17 de octubre de 2013

 Raquel Maroño Vázquez y Leopoldo Díaz Mortera
 
     La vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal,
     sino por las que se sientan a ver lo que pasa. 
Albert Einstein
    
     Cuando jugamos el juego de los encubrimientos y de las lagunas mentales,  el juego de las lealtades solidarias con el secreto, con lo velado, con el encubrimiento, sin darnos cuenta estamos abonando a aquello que más severamente juzgamos en los otros, que muchas veces suponemos detrás de las conspiraciones y las corruptelas en los sectores privados y de gobierno.
     Si como dice Cicerón, la verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio, cómo seremos libres si somos esclavos de nuestro silencio, de nuestros secretos, si nos convertimos en el ácido que corrompe lo bueno que conocemos por servir a una falsa idea de fidelidad o a un compromiso tácito que nadie nos ha pedido asumir y no hace más que programarnos desde muy jóvenes para el encubrimiento, volviéndonos cómplice de aquello que más detestamos. ¿O acaso no has sido víctima de una injusticia?, cuando ocurre esto ¿cómo te sientes cuando los que podrían saber algo fingen demencia? ya sea por falta de valor o por esta tonta idiosincrasia en que se excusan en la solidaridad o la costumbre, alejándose de lo correcto para participar del mal que después condenan, abonando desencanto y la desconfianza generalizada y colectiva, al cinismo de los que esperan siempre lo peor de los demás porque es la norma que mide y atempera nuestras relaciones e interacciones en la sociedad.
     ¿No estás cansado de esperar siempre lo peor, de ser parte del problema porque temes ser el único que no participó de la mentira y prefieres seguir dentro que quedarte fuera? Sólo cuando somos perjudicados aludimos a la bondad, el sentido común y la honestidad de los demás, indignados cuando no hay quién se levante para decir “Esta Voz es Mía”, pero habrá que preguntarnos, cuántas veces hemos sido mudos, inmunes al llamado de los otros, espectadores pasivos que han cometido un abuso, un atropello igual, callando lo que sabemos y prefiriendo voltear para otro lado porque es lo que hacen los demás. Y qué ganamos al encubrir, al enterrar la verdad entre capas de silencio, qué obtenemos al vender nuestra tranquilidad o nuestros buenos modos, ¿realmente obtenemos algo? No, solamente alimentamos el círculo vicioso de la decadencia, protegemos a los culpables y a los perpetradores, y de paso los alentamos a seguir  cometiendo fechorías. Cuando hacemos mutis, tapamos nuestros ojos, volteamos el rostro y cubrimos nuestro oídos, permitimos que el río de maldad siga su curso, y muy dentro de nosotros deseamos que esto termine y que las cosas mejoren, que el mundo en el que nos despertemos por la mañana sea diferente, pero lo cierto es que la omisión y los secretos no nos llevarán a ningún lugar distinto, nos mantendrán estancados en este botadero de desechos, de antivalores, de injusticias, de indignación, de cobardía; seguiremos en este valle de silencio donde nadie habla, nadie actúa, nada pasa y lo que pasa no le importa a nadie. Mientras no cambiemos nosotros, nuestra inercia será la de los otros.
     Si la verdad nos hará libres, como dice nuestro lema, y la verdad está siempre velándose,  negada, tergiversada y manipulada por los intereses de unos cuantos en detrimento de los demás y de la justicia, es evidente que seremos siempre esclavos de nuestra cobardía, de nuestras indecisiones y de nuestras omisiones, pues la verdad es acción, la verdad es decisión, la verdad es actuar haciendo lo correcto siempre, con consciencia y voluntad, aunque realmente no es algo fácil, se requiere de mucho valor y quizá la verdad es además un hábito y la mayoría no hemos procurado formarlo.
     Helvétius dijo que la verdad es una antorcha que luce entre la niebla, sin disiparla,  quizá no es una luz que alumbre al mundo, pero alcanza para guiarle en la dirección correcta, para verla a pesar de la distancia, de la oscuridad o también de volver el rostro a otro sitio para no toparnos con ella, por lo que el hábito de la verdad debe ser una elección libre que considere siempre que al elegir estamos también incluyendo a los demás y por eso lo que hacemos o dejemos de hacer los afecta…


 
 
 

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