jueves, 13 de marzo de 2014

Daniela Olea Suárez

El viaje había sido largo, pero todo lo que podía pensar Amelia era en ver a su padre de nuevo, estar años separados había sido difícil pero las circunstancias habían hecho imposible que se reunieran antes, siempre había sido así desde que la madre de Amelia embrujó a su padre, obligándolo a permanecer en la casa de la familia sin poder salir nunca.
      Amelia era una bebé de un año cuando pasó, y, en su momento, su padre pensó que, aunque estar encerrado era un problema, él tenía a su hija, por lo que por muy mal que estuvieran las cosas, él podía contar con ella, pues fue lo más deseado para él. El tiempo pasó y mientras más iba creciendo Amelia, más necesitaba estar cerca su papá de ella y aunque había sirvientes y entretenimiento, ni siquiera todos los libros del mundo pueden eliminar la soledad que representa una cárcel, de oro, pero una cárcel, al fin y al cabo.
     Algo curioso pasaba con su papá y la casa, de alguna manera ésta reflejaba a su padre mismo, sus estados de ánimo, sus enfermedades y sus años; por eso todos procuraban mantener al papá de Amelia muy bien cuidado y alimentado, porque la última vez que estuvo enfermo no hubo luz ni agua por dos semanas, y con él sano, la luz nunca más se fue, poco importaba que se fuera toda la electricidad de la cuadra.
     Pero algo malo sucedía, pues cuando llegó Amelia a su casa todo estaba congelado, no había nadie en los alrededores y hacía un frío sobrenatural para el otoño y mientras más te acercabas a la casa, la nieve hablaba del frío de su alma; eso preocupó inmensamente a Amelia, ya que no importaba qué tan mal estaba su papá, nunca había sucedido algo parecido, pero claro, hacía ya tres años que no lo veía.
     Tocó la puerta de la entrada y nadie abrió, por lo que se coló por una ventana y deambuló por toda la casa buscando a su padre. Encontró telarañas, vidrios y muebles rotos, incluso algunos roedores, pero su padre continuaba desaparecido.
     Cuando por fin dio con él en la biblioteca, él no la reconoció y se volvió loco pues había una extraña en su casa, una extraña muy similar a esa infame mujer que lo embrujó. La casa vibraba con su enojo y corrientes poderosas de aire la arrojaron a la calle.
     Las semanas pasaron hasta que llegó Navidad. Estaba sola y triste, pero en la madrugada del 25 de diciembre vio una estrella fugaz y pidió un deseo, y mientras lo pedía una voz susurró “tú tienes la respuesta”, por lo que decidió emprender una peligrosa búsqueda para encontrar a su madre y salvar a su padre.

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