jueves, 10 de abril de 2014

Paola Dualt

     Cuando éramos pequeños, teníamos una relación diferente con la vida en general, no teníamos idea del cruel mundo que nos rodeaba, de las decisiones, de nuestras opiniones, de la vida, y eso estaba bien.
     Sin embargo, como adolescentes, aparte de todos los cambios físicos que sufrimos (sí, dije “sufrimos”), los cambios emocionales son una bomba para nosotros. Imagínate, pasar de preocuparte por cambiar tu hora de dormir a las 9:00 p.m. para ver la repetición de Bob Esponja después de no verla por hacer la tarea de caligrafía, ahora nos tenemos que preocupar por saber qué rayos vamos a hacer por el resto de nuestra vida. ¡El resto de nuestra vida!
     Usualmente, aparte de todo con lo que tenemos que lidiar a esta edad, tenemos que lidiar con los demás, y lidiar con los demás no sólo significa lidiar con sus creencias, sino lidiar con los estándares de la perfección, principalmente física, que los medios de comunicación nos imponen. Pienso que esto no está bien, puesto que nos hacen preocuparnos por cosas que, en realidad, no valen la pena y nos hacen desarrollar mejor físico que intelecto.
     Ahora viene mi propuesta: Seamos niños grandes. Normalmente, cuando piensas en la palabra “niños” piensas en palabras como “ruidosos”, “molestos”, “berrinchudos”, entre otras. Pero ¿Por qué no tomamos el lado positivo? Sé ingenuo, confía en los demás; sé ruidoso, siempre di lo que piensas; sé creativo, aprovecha todas las oportunidades, y aún más importante: Di que sí. Di que sí a todas las oportunidades que se presenten.
     Prueba, juega, ríe, esfuérzate, cuestiona todo lo que escuches, deja de aprender; piensa. No seas diferente: sé tú.
    

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