miércoles, 10 de noviembre de 2010

Dante Ariel Aragón Moreno
Las rápidas transformaciones de todo tipo que se hacen evidentes en nuestro contexto actual producen y son producidas por una serie de condiciones caracterizadas por su carácter global, crítico, complejo, multidimensional y muchas veces deshumanizante. Si a esto se le suma la idea, según la cual, como consecuencia de esta vertiginosidad cambiante de los escenarios emergentes en el mundo, nuestros ya viejos mapas conceptuales e interpretativos para leer la realidad se han dislocado tanto como nuestras sociedades, no nos queda otra que afirmar, que frente al caos y a la aparentemente inabarcable pluralidad, frente a la fragmentación e individualismo exacerbado de nuestras sociedades (sobre todo en América Latina), y frente a la consecuente crisis de la crítica social, de la voluntad de transformación así como del anquilosamiento y perplejidad que permea, es imperativo un esfuerzo radical de reforma-transformación en todos los campos, entre los cuales, el educativo, ha de cumplir un papel preponderante dado su carácter constructivo y productor de discursos y sujetos comprometidos complejamente con la radical transformación de la realidad.
    Según Perrenoud, autor citado constantemente en varias de las conferencias del Congreso Internacional de Educación, diez son las nuevas competencias básicas para enseñar en el siglo XXI:

1. Organizar y animar situaciones de aprendizaje
2. Gestionar la progresión de los aprendizajes
3. Elaborar y hacer evolucionar dispositivos de diferenciación
4. Implicar a los alumnos en sus respectivos aprendizajes y en su trabajo
5. Trabajar en equipo
6. Participar en la gestión de la escuela
7. Informar e implicar a los padres
8. Utilizar las nuevas tecnologías
9. Afrontar los dilemas y deberes éticos de la profesión
10. Organizar la propia formación continua

    De manera sintética: el compromiso con uno mismo y con el otro, la responsabilidad, la autenticidad y la disposición al diálogo-reflexión parecen ser nuestras tareas centrales, como integrantes de una comunidad educativa.
    Pero también, y no menos importante, parece estar implícita la pertinente llamada siempre atenta al re-planteamiento del saber de la realidad, un saber menos unilineal, controlador, a uno más abierto, complejo, incierto, aproximativo, en construcción dialógica pero muy atento, principalmente al hecho de sentir realidad y dejarse llevar por ella en la legítima búsqueda de trascendencia, lo que ya implica una apuesta por una renovación ética, epistemológica, antropológica, social e indudablemente educativa.

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