martes, 4 de enero de 2011

Carlos A. Alatriste M.
     Una de las tradiciones navideñas con arraigo en México es la representación del Nacimiento o Belén. Tiempos hubo en que los alfareros daban forma a bellas imágenes de barro que serían utilizadas para acompañar a la imagen de Jesús recién nacido. Se llegó incluso a discutir si eran más bellas las piezas elaboradas en Tonalá, Jal. que las de Metepec, Méx o las de Amozoc, Pue. (de donde son célebres los jarritos).
    Las raíces de esta expresión cultural se remontan a los tiempos de la conquista. Los primeros misioneros en llegar a lo que hoy es México fueron los franciscanos, hombres de su tiempo y herederos de toda una tradición religiosa, inspirados por el Evangelio y el ejemplo de San Francisco de Asís (1181-1226), un hombre para el que la Navidad era una fiesta tan grande que –decía- ese día hasta las paredes deberían comer carne. Para contextualizar esta frase habrá que recordar que hacia el final del siglo XII, la Solemnidad de la Natividad era precedida por una larga cuaresma. Tan importante era la celebración que, tres años antes de su muerte organizó una “representación viviente” en un lugar llamado Greccio, según recuerda Tomás de Celano, uno de sus compañeros y primeros biógrafos, en la llamada Vida primera de 1228 (conocida así porque en 1246 escribió otro relato). Agrega Celano que el de Asís le indicó a un hombre del lugar qué hacer y añadió: “deseo celebrar la memoria del niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, como fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno” (§84). Llegado el día, “Greccio se convierte en una nueva Belén. La noche resplandece como el día, noche placentera para los hombres y para los animales”. Allí Francisco y los frailes cantan con alegría y celebran la misa. Luego, predica dramatizando: al referirse a Jesús, añade el autor pronuncia Bethleem “como oveja que bala, su boca se llena de voz” y “se pasaba la lengua por los labios como si gustara”. Finalmente, “un varón virtuoso tiene una admirable visión. Había un niño que, exánime, estaba recostado en el pesebre” y agrega: “No carece esta visión de sentido, puesto que el niño Jesús, sepultado en el olvido de muchos corazones, resucitó por su gracia, por medio de su siervo Francisco” (§86)
    Durante ocho siglos, la vida de San Francisco ha dado motivos a las artes, incluida la literatura. Sobre él han escrito, por ejemplo, el español Álvaro Pombo (1939), el inglés Gilbert K. Chesterton (1874-1936) y el autor del polémico libro La última tentación, Niko Kazantzakis (1883-1957). Éste último, discípulo del filósofo Henry Bergson y lector apasionado de Nietzsche, en su novela El pobre de Asís (Buenos Aires: Lumen, 2009) refiere y reelabora la Navidad en Greccio. Francisco, pese a al deterioro de su salud, funge como director de escena: Al hermano Egidio lo caracteriza de José con “un pedazo de algodón en la barbilla”, le pide a unos pastores que lleven borregos, a Inés (hermana de Santa Clara) le toca el papel de María y a unos cuantos novicios el papel de ángeles que deben “llevar pañales cantando: Ella parió a su hijo primogénito y lo acostó en un pesebre” (315). La descripción tiene un tono alegórico, por no decir fantástico: “Las estrellas bajaban y casi rozaban la tierra. Cada uno de nosotros tenía una sobre la cabeza”. Al leer en el Evangelio el pasaje sobre el nacimiento “una claridad azul iluminó la cuna y todos pudieron ver a Francisco inclinarse y después incorporarse con un recién nacido en los brazos”. El suceso es narrado por el hermano León, quien agrega: “Alcé la cabeza y vi al niño tender sus brazos y acariciar las mejillas y la barba de Francisco, sonriendo y agitando sus pies menudos”. (316)
    No es extraño, pues, que los misioneros franciscanos, inspirados en este episodio biográfico de su fundador, emplearan y enriquecieran en tierras americanas las representaciones estáticas –como el nacimiento- y dinámicas –como las pastorelas- para evangelizar. Esto les ayudó a transmitir su mensaje superando imitaciones lingüísticas.

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