martes, 4 de enero de 2011

Carolina González Barranco
    El pasado miércoles 27 de octubre, se colocó dentro de las instalaciones de la Preparatoria Ibero -con ayuda de profesores y estudiantes- la ofrenda en memoria de todas aquellas personas que han muerto a causa de la violencia (victimas de asalto, violación, impunidad jurídica, secuestro, narcotráfico, etc.) en nuestro país.
    Entre los días 28 y 29 los preparatorianos visitaron la ofrenda, realizando un pequeño ejercicio de concientización e introspección, que los condujera a proponer acciones de cambio y mejora ante la violenta realidad que trastoca diferentes puntos territoriales de la República.
    Si bien la intención es conservar una tradición prehispánica, que ha sobrevivido hasta nuestros días, justo por la belleza que surge de la intimidad de crear un “vínculo” entre los vivientes y quienes han partido, en una muestra que siguen presentes en nuestros corazones a través del recuerdo; por otro lado, se presenta el hecho de rescatar la Espiritualidad Ignaciana, a través de la observación y concientización de la realidad y lo que en ella ocurre, determinando hasta qué punto podemos ser promotores de cambios positivos a nuestro alrededor.
    Así el objetivo no era centrarnos en la tragedia, en la angustia o en la desesperanza, sino, ser capaces de dar un paso más y ver que en medio de esta crítica situación, hay personas e instituciones que muestran aliento, a través de la promoción del respeto y la justicia, ejerciendo así, una invitación personal para también ser parte de dichos cambios y no reducirnos a simples espectadores.
    A cada lado de la ofrenda se colocaron dos muros, el de la violencia y el de la esperanza, en ellos, los jóvenes podían colocar noticias, frases y/o imágenes alusivas.
    Fue sin duda una invitación para recordar las víctimas, pues de pronto, las olvidamos en medio de la cotidianeidad de escuchar o leer todos los días cifras de personas que mueren a causa de ella, puede llegar a parecernos casi “normal”, y es ahí donde no podemos volvernos indiferentes, peor aún, no volvernos cómplices de lo ocurre, y es que, para ello, no es necesario ser parte de la delincuencia organizada… Así, surge la interrogante de hasta dónde nosotros desde nuestro lugar y con nuestras acciones somos parte de las cifras de quienes ejercen violencia, quizá, si analizamos nuestro actuar, nuestra forma de hablar, de relacionarnos, de reconocernos y reconocer al otro, descubramos que en menor grado, también somos violentos… Y es en este hecho de “darnos cuenta” cuando surge una provocación para cambiar nuestras actitudes nocivas, retornando al principio básico de respeto a la persona. Por tanto, no se trata de agobiarnos pensando que ante una situación tan majestuosa es poco lo que podamos hacer y quizá se reduzca a la nada, sino, por el contrario, si somos portadores de diálogo, respeto, fraternidad, respeto a la vida, en mucho estaremos contribuyendo para revertir esta situación, que sin duda deteriora nuestra humanidad.
    No puedo evitar cuestionarme, hasta dónde es válido manifestar que buscamos opciones de paz y por eso, nos indignamos ante lo indignante, buscando acciones concretas en nuestro entorno.
    Frente la violencia y la esperanza: ¿en qué muro te encuentras?

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