jueves, 3 de marzo de 2011

Dante Ariel Aragón Moreno
A mediados del siglo XVII, un importante pensador inglés, Thomas Hobbes, se haría famoso con su obra Leviatán, en la cual justificaba la necesidad de un Estado Absoluto, dado el tremendo desorden violento que se encontraba en lo que él llamaba el Estado de Naturaleza. Éste trata de un Estado de completa incertidumbre, de completa inseguridad en donde los seres humanos se encuentran en total disposición a la guerra, en donde la vida misma del hombre se torna solitaria, pobre y desagradable.

Frente al fenómeno de la violencia actual, es evidente, que cuando uno se entera de constantes asesinatos, violaciones en diversas manifestaciones, matanzas casi ritualizadas y sin sentido, es decir, de lo que podríamos calificar como una escalada de violencia, o como el simple incremento de la violencia organizada, aunada al aumento de la represiva-oficialista y violadora de los derechos humanos, es imperativo, nos lo diría incluso Hobbes, hacer un diagnóstico, pensar y comprender lo que está sucediendo para buscar transformarlo, partiendo de la premisa de que no se agotan las posibilidades de una realidad otra y que como toda realidad histórica, ésta no tiene necesariamente que ser así. Ciertamente todas las sociedades comportan grados de violencia, incluso algunos dirán, que aun seguimos en el estado de barbarie (Morin), pero no podemos dejar como desapercibida la grave presencia de procesos de institucionalización y normalización de tanta violencia.

Re-pensar la violencia, habrá de llevarnos a pensar el fenómeno en términos estructurales y esenciales, pensar qué hay o puede haber detrás de lo que nos dicen los medios. E incluso qué me dice a mí, desde mi posición y mi circunstancia cada muerte, cada asesinato, cada violación, cada injusticia y cada daño cometido en nuestra sociedad. La pregunta será: ¿De qué manera estoy cooperando con la situación desde mi indiferencia o desde mi pensamiento y acciones cotidianas?Re-pensar la esencia de la violencia, habrá de implicar además, preguntarnos ¿qué relación puede haber, entre el abandono de la cosa pública, el repliegue del Estado, la mercantilización de gran parte de nuestro mundo y la inversión de papeles entre lo público y lo privado, con el crecimiento de las tasas de homicidio por parte del crimen organizado?
 
Esto tendrá que llevarnos a la trama de la violencia estructural (Galtung), de la violencia previa, es decir, la que ya está institucionalizada, la que ya aparece cristalizada en usos, costumbres y leyes. La que otros conocen como la violencia simbólica (Bourdieu), la del discurso excluyente, la que nos dice cómo tiene que ser el hombre, qué debe comprar y consumir. Me refiero a ese discurso dominante, violento, calculador, prepotente, provocador y neoliberal que se basa en la pura voluntad de poder, de consumo, de mera utilidad mercantil, y que además excluye y agota –ficcionalmente- las posibilidades de lo diferente, del otro mujer, indígena, obrero, campesino, estudiante, y hasta del Otro ausente-presente. Se trata de una violencia que explica el hecho de que asistamos a la configuración de procesos de descomposición social, de repliegue individualista, de fragmentación social, de falta de compromiso social y a la constitución de sociedades políticamente democráticas y socialmente fascistas (Boaventura), que para su reproducción requieren necesariamente el despojar a los que no son funcionales, más que como mano de obra barata, a aquel recóndito e inhóspito espacio incómodo, a esa protuberancia tumorosa y enferma que justifica la necesidad eugenésica, fascista, como astuta a la vez, de re-bajar y de impedir ser.
 
Es el teólogo Hélder Cámara, el que explicaba que después de esta violencia institucionalizada, venía una defensiva, -la del pueblo que quiere ser y no puede-, y que por último se ascendía a la violencia represiva, la de los militares, la que también ha aumentado en este país, por falta, entre otras cosas, de un análisis estructural de la situación.
 
Así pues, frente al acto transgresor hacia el mismo ser de millones de personas, hacia ese acto violento no necesaria y únicamente del narcotráfico, si no el que se encuentra más acá o más allá, el de millones de personas que no tienen oportunidades ni posibilidades de ser plenamente, junto a esos rostros que piden a gritos desesperados justicia y su derecho a poder ser, es decir, que piden querer poder ser ante un mercado disolvente, no podemos quedarnos con los brazos cruzados, no podemos seguir sometiéndonos ante un modelo de desarrollo insostenible, cuyas consecuencias hoy vivimos.
 
Re-pensar la violencia habrá de llevarnos a preguntar: ¿Qué tan inocentes e ignorantes podemos ser, al remitir la culpabilidad de un país tan pobre y violento, sin un intento por ir a las causas estructurales e históricas que desde siglos han condicionado el desarrollo de un país violentado cultural, social y económicamente, y que hoy continúa sin obstáculos dada nuestra indiferencia y falta de análisis?
 
A los que no queremos ser culpados como médicos intransigentes ante un enfermo moribundo, comencemos con pensar, con pedir perdón con los excluidos, los segregados, a los que también nosotros hoy y aquí violentamos.
 
Así pues, pensar para actuar habrá de ser nuestra tarea, pensar alternativas diferentes necesitará de un diagnóstico de nivel y con toda la responsabilidad de hacerlo en la lógica del servicio y del amor. Pues ya “se te ha enseñado lo que es bueno, lo que el Señor de tí reclama, practicar la justicia, amar con ternura, y caminar humildemente con tu Dios” (Miqueas 6, 8).

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