jueves, 24 de marzo de 2011

Maria Eugenia Arias
Las nubes salpican agua tibia.

Debajo, una flor dorada
se baña y entran en ella
pequeñas y verdes gotas.

Mientras, anochece.

Un viento envinado del oriente
hace arder su sangre.

Desde ese día, ya no
saluda al viento de occidente.

Una flor embriagada no entiende
cuándo llega la mañana.

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