viernes, 25 de marzo de 2011

Lucía Rodríguez Zeledón
     Desde mi casa se pueden ver todas las estrellas. Hay noches que brillan más y noches que es casi imposible verlas, pero yo se que siempre, siempre salen.
     Me gusta pensar que las estrellas son deseos, que aparecen poco a poco a medida que el mundo se apaga y los sueños comienzan a encender esas luces interminables en el cielo. Cada una de ellas son deseos comunes que suben hasta lo más alto todas las noches.
     También me gusta pensar que mientras más gente desee algo, más brillante es la estrella y mas difícil para el día opacarla.
     Todas las mañanas mientras sale el sol, las estrellas poco a poco caen a la tierra, se nos cae el cielo en la cabeza. Aquellas luces dejan de ser sueños que nos velan por las noches y nos recuerdan que por muy oscura que este la noche, lejos muy lejos o a lo mejor muy cerca de nosotros hay alguien más que sueña…
     Que sueña con un mundo distinto, sueña contigo y conmigo; sueños que por la mañana nos caen de golpe en la cabeza. Para algunos son la esperanza de despertar de nuevo, para otros son las ganas de seguir adelante, para mí son el deseo y la interminable esperanza de que haya algo más, algo mas por lo que seguir soñando. Pero no basta con eso y es por eso que se nos cae el cielo en la mañana para convertirse en algo terrenal y mucho mejor que un sueño, para convertirse en algo real.
     Hay estrellas que caen exactamente donde deben de caer y otras que pierden el rumbo pero que siempre causan “cuatrapeo” en aquel que las recibe. Todas las noches, cada que me voy a la cama debo pensar muy bien mis deseos porque quien sabe a quién le caerán por la mañana.
     Y entonces cuando tengas que dormirte, sueña como si fuera cierto y cuando despiertes por la mañana, conviértelo en tu quehacer y una ocupación más que una preocupación, y es así cómo la idea de que hay algo mejor para ti y para mí se va construyendo todos los días cuando se nos cae el cielo en la cabeza.

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