jueves, 12 de mayo de 2011

Es impresionante darse cuenta cómo hay personas que con tan poco pueden sacar una sonrisa para todos los días de la semana
Alessia Sosa Schmidt
     Verdes arboles, flores por doquier, casas humildes, personas sonrientes, el ladrar de uno que otro perro, mañanas soleadas.
     Así se vive un día de primavera en Loma de las Flores, comunidad de Martínez de la Torre.
     Las familias parecen amables, por lo menos la mayoría de ellas, no falta la madre que no les presta atención a sus hijos por atender sus labores domésticas.
     Todos se levantan muy temprano, casi al sonido del primer canto del gallo, por lo menos los que se van a cultivar y recolectar frutos, los cuales, la mayoría de las veces son hombres. Se dan un duchazo matutino con el agua helada, la cual los hace despertar más rápido. En cuanto a las madres, se levantan pasadas las cinco de la madrugada para ir alistando a sus hijos, a los cuales llevarán a su respectivo centro de estudios; ellos también deben lavarse con el agua fría, pero acá todo esto es normal y son felices así.
     Las mujeres son amas de casa, se dedican a llevar a sus hijos a donde necesiten y hacerles el almuerzo en las mañanas, ellas se la pasan en la escuela viendo lo que es mejor para sus hijos. No podían faltar las madres trabajadoras que limpian casas o que trabajan en Martínez de la Torre, que se encuentra a no más de quince minutos de la pequeña comunidad rural, acerca de la cual me estoy refiriendo.
     Después de la escuela, los niños vuelven a sus casas a probar la comida que sus madres ya tienen lista para ellos. La mayoría del tiempo ellos pueden jugar fuera de sus casas sin ningún tipo de peligro o inseguridad, por lo menos no como aquí en la ciudad, que necesitas ponerle un GPS a tu hijo para saber que se encuentra bien; en Loma de las Flores no hay este tipo de problemas.
     Todos los habitantes se llevan, o por lo menos se conocen, las casas se encuentran interconectadas entre sí debido al poco espacio que tienen, las más humildes carecen de ventanas, pero aún así se nota a las personas felices, es impresionante darse cuenta cómo hay personas que con tan poco pueden sacar una sonrisa para todos los días de la semana.
     Los hombres se la pasan trabajando y las mujeres haciendo comida, los días que estuve allá me la pasaba platicando más con las mujeres del pueblo que con los hombres. Parece que por el modo de vida tan sano que llevan, en cuanto a la comida y a las actividades diarias aún hasta los más ancianos son capaces de caminar kilómetros y tener energías para trepar algún árbol, capacidad asombrosa para alguien que ya pasa de los 60 años.
     Las tardes parecen iguales, hacer la comida, platicar, ir a la escuela, dejar a los niños, recogerlos, jugar, más comida; viven una vida sencilla repitiendo lo mismo todas las tardes, o en su mayoría. Me gustaría que alguna vez los del pequeño pueblo viajaran fuera de éste, para que no se quedaran encerrados en su pequeña comunidad, y así pudieran conocer más, porque, sinceramente, yo no podría irme a vivir a un lugar tan pequeño, tal vez por un breve periodo de tiempo, pero no para siempre.
     Aun así, sigo admirando los hermosos arboles llenos de frutos y flores, pero, ante todo, la gentileza y la felicidad de todos los habitantes.

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