lunes, 7 de noviembre de 2011

Gisela Berenice Gómez Cruz y Alejandro García Sotelo

Sin el cuerpo, que le proporciona un rostro, el hombre no existiría
     David Le Breton
Antropologie du corps et modernité (1990)

     El cuerpo es el primer filtro que poseemos para relacionarnos con el mundo así como con otros humanos y especies; es el escaparate desde el cual percibimos la realidad y donde experimentamos de primera mano nuestra estancia en la tierra.
     Si bien el cuerpo es un conjunto de órganos, tejidos, células, músculos, huesos, fluidos, carnosidades y demás caracteres fisiológicos; también es producto de la percepción y procesos de significación de los grupos sociales. Al cuerpo se le han adjudicado narrativas, discursos, alegorías, eufemismos y una serie de construcciones simbólicas desde que el ser humano es consciente de su vivencia personalísima desde y en el cuerpo. A lo largo de la historia, las sociedades han pensado en el cuerpo: han establecido creencias, rituales, mitos y una serie de normas que sugieren una constante vigilancia del ser humano sobre su cuerpo. A esta serie de normas corporales, David Le Bretón le ha denominado como “la disciplina del cuerpo” (1990, p. 126), es decir, aquellas prácticas que regulan las dimensiones higiénicas, estéticas, ascéticas, reproductivas, y demás funciones orgánicas de los cuerpos. El llanto, los estornudos, los gases, el crecimiento de las uñas, cabello, vellosidad, la producción de mucosidad… en fin, el cuerpo y sus funciones están culturalmente regulados: estornudar y no taparse la boca es sinónimo de mala educación, estar en una reunión de negocios o en la iglesia y eructar sonoramente no necesariamente será muy bien recibido por la audiencia. Conforme crecemos y nos incorporamos a una estructura cultural a partir de la sociabilidad con otras personas, así como por la educación que recibimos, aprendemos a normar nuestro cuerpo: aprendemos a maquillarlo, retocarlo, depilarlo, rasurarlo, y al mismo tiempo, aprendemos a controlarlo.
     Claude Lévi-Strauss (Bruselas, Bélgica; 1908-2009), uno de los antropólogos más influyentes del siglo XX y precursor de la denominada Antropología Estructural Francesa, argumentaba que los seres humanos concebimos el mundo a partir de categorías binarias que nos marcan pautas para comportarnos en sociedad: bueno/malo, permitido/prohibido, sagrado/profano, vida/muerte, cielo/infierno, salud/enfermedad, etc. Así, las percepciones del cuerpo a lo largo de la historia, han dado cuenta de este tipo de categorización. Actualmente, los comerciales de televisión que ofrecen productos maravillosos para tratar/curar/reducir/aumentar/limpiar/embellecer/reafirmar los grosores y volúmenes del cuerpo, nos hablan de cómo, en nuestra sociedad, el cuerpo sirve como ese mediador entre el individuo y la sociedad que espera que éste sea bell@, delgad@, san@, a contraposición de lo feo, lo obeso, enfermo; es decir, lo no-corpóreo.
     El binomio salud-enfermedad también es producto de las concepciones culturales. En un plano histórico, la literatura médica da cuenta de cómo las enfermedades son resultado de la percepción cultural no sólo de los médicos, sino del contexto sociocultural en el que fueron concebidas como “enfermedades”. Paralelamente, la salud también es resultado de las negociaciones socioculturales. En el curso de Ciencias Sociales V, Sociedad y Salud, de la Prepa Ibero, se generó la discusión en torno a las enfermedades “tradicionales”: el espanto, el mal de ojo, el empacho, entre otras. Se les asignó de tarea a l@s alumn@s realizar una entrevista a marchantas, trabajador@s de la limpieza, así como diversos actores sociales de carácter rural (1) con el objetivo de obtener testimonios sobre las distintas experiencias y percepciones de enfermedades propias de la medicina tradicional indígena. Además de los interesantísimos relatos obtenidos, se creó una reflexión muy rica sobre cómo la salud y la enfermedad son categorías que los grupos sociales construyen a partir de la forma en la que piensan al cuerpo.
     Ahora bien, aunada a las nociones salud-enfermedad, está la categoría del dolor. Dice Le Breton que el dolor es una forma de establecer una relación con el mundo. A diferencia de otras especies, los seres humanos utilizamos el dolor para sociabilizar, para entablar comunicación con los demás, para pensarnos en el mundo. El dolor también tiene dimensiones culturales y simbólicas: dolor del alma, dolor de amor, dolor de tristeza, el dolor que se vive en silencio, el dolor que se grita, inclusive existe el denominado dolor exquisito. Las sociedades establecen los umbrales de dolor que corresponden a los miembros del grupo social acorde a su género, edad y rol dentro de la estructura. ¿Por qué a las niñas se les permite llorar más que a los niños? ¿Por qué es posible llorar de felicidad? ¿Cómo sabemos que nos duele el corazón cuando nos abandona la pareja? ¿Por qué los hombres deben aguantarse el dolor? Es decir, nuestra sociedad nos “dice” que el dolor que sentimos, las enfermedades que padecemos y el cuerpo en el que vivimos son algo que nos pertenece de manera inminente, sin embargo, sus funciones dependen del ciclo de vida social, de nuestro rol como sujetos sociales, de nuestra forma de ser y estar en el mundo.

Referencias:
Le Breton, D. (1990). Antropología del cuerpo y modernidad. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión
Lévi-Strauss, C. (2006). Antropología Estructural: mito, sociedad, humanidades. México: Ediciones Siglo XXI

(1)Nota de los Autores: La denominación “carácter rural” es un intento por establecer un perfil sociocultural de características generales, sin embargo no define un tipo de identidad étnica o indígena en específico. Cabe mencionar que la diversidad cultural permea todos los ámbitos socioculturales: rurales y urbanos por igual, de tal manera que no existe un solo modo de vida rural. Se ha recurrido a esta denominación, a fin de que el lector dé cuenta del perfil de entrevistad@ al que se accedió para la realización de las entrevistas en el marco de la asignatura Ciencias Sociales V.

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