lunes, 30 de julio de 2012

Alejandro Cortés

      Salen políticos, académicos, intelectuales y nos hablan de los ninis. Vemos la televisión y vemos cómo cientos de ninis se postran frente a las rectorías, frente a los palacios de gobierno, frente a la SEP, para exigir que se les dé la oportunidad de estudiar, de poder insertarse en una lógica sistemática de educación superior, con la aspiración de poder integrarse a un mercado laboral.
      Ninis – ni estudian ni trabajan – que no han logrado ver en la democracia una verdadera luz de oportunidad; que no han podido entrar suficientemente en el discurso de los políticos para ser tomados en cuenta. Aquéllos cuyas “competencias” no han sido las suficientes – o lo suficientemente desarrolladas – como para poder acreditar un examen de admisión a cualquier universidad con cierta “categoría y reconocimiento”.
      Pero a veces olvidamos hablar de los otros ninis: un lado aún más oscuro de los ya definidos. Un lado que es muy conveniente dejar de lado, pues es, incluso, más incómodo: los “ni me importa ni me ocupa”. A esta estirpe de sujetos, a la cual todos, de una u otra forma hemos pertenecido en algún momento de nuestra existencia, a la cual los problemas del exterior no le son inherentes, no son, siquiera, dignos de ser reflexionados.
      ¿Cuántas veces nos hemos preguntado sobre lo que sucede en nuestro entorno inmediato? No me refiero a lo que vemos o escuchamos en los medios, sino a lo que, incluso dentro de nuestra casa o escuela sucede, ante lo cual cerramos los ojos e imaginamos de otra forma. Parte de nuestra condición humana es la cualidad de ensordecer y cegarnos ante lo que nos parece peligroso o amenazante. Indiferentes ante lo adverso. Asustados ante lo desconocido.
      Los otros ninis, sujetos peligrosos por sus cegueras, se abandonan a la suerte de una sociedad que no ha sabido integrar a todos sus súbditos. Genera distancias y diferencias para legitimar el uso de ciertos dispositivos coercitivos, vulnerantes y agresivos, ante una realidad inmersa en la violencia y en el olvido. Ni me importa ni me ocupa puede decir un ciudadano, ante la imagen de un robo; argumenta que es lo que “toca”, que es parte de la vida, que tan acostumbrados estamos a lo no legítimo que ni siquiera nos damos el tiempo de actuar.
      Sumidos en una profunda indiferencia, dolorosa porque vemos cómo, ante el dolor de los demás, ni una alerta nos surge; porque cuando vemos que el futuro de nuestros alumnos pierde el camino cada día más, nos sentamos con la creencia de que tarde o temprano lo reencontrarán. Quizá más tarde que temprano.
      Ni me importa ni me ocupa, frase que por momentos nos trasciende y parece obtener vida propia. Vemos llover y culpamos a las nubes por mojarnos. Termina la lluvia y entonces el Sol brilla demasiado. Nuestro ninismo sobrepasa academias, ideologías, tendencias, prejuicios. ¿Es el ninismo la verdadera democracia? El ejercicio que puede resolver esta cuestión es tan doloroso para algunos que es preferible evitarlo. Es doloroso, porque la respuesta es más evidente si lo hacemos: pensar. Y es que, en palabras de Hannah Arendt, “no existen los pensamientos peligrosos. Pensar por sí mismo, es un acto peligroso”.

0 comentarios :