viernes, 15 de febrero de 2013

Hiram E. Silva Escobar

Juan estaba sentado dentro del oxidado, viejo, descuidado y casi inservible autobús.
Pensaba en cómo había terminado ahí. Él lucía totalmente desaliñado, el pantalón roto casi en su totalidad, con machas negras, olor a sudor de varios meses, una camisa tan desgastada como su fe, unos zapatos con bastantes agujeros, uno en la punta del zapato, otro en el talón, sin agujetas, el color negro original de estos zapatos casi ni se notaba, el cabello estaba muy largo y enredado, tenía un color blanco, a causa de las canas, una barba muy sucia y las unas casi negras por la suciedad que en ellas había.
Recordaba que hace apenas algunos meses tenía una vida muy buena, una familia hermosa, una casa aun más hermosa, de un color blanco que la hacía parecer del cielo y unos acabados preciosos, hechos a mano.
Analizaba que era lo que había hecho que terminara en ese lugar y lo único que pudo recordar era un polvo blanco como la nieve que cae en invierno, y que parece la cosa más insignificante e inofensiva del mundo.

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