viernes, 12 de abril de 2013

Rebecca Silliman

En seis meses en mi querido México, he vivido una vida entera. No siento que soy la misma persona que era cuando yo dejé a mi familia y salí de mi país. Esa persona no tenía hermanos mexicanos, se sentía incómoda en situaciones sociales y no conocía un taco real. Ella no saludaba con besos, nunca había visto un perro viviendo en el techo; no usaba la expresión “o sea.” ¿Cómo puede ser que es la misma persona que yo?

Sólo puedo decir que vivir acá durante seis meses me ha cambiado un montón. México era exactamente lo que yo necesitaba para transformarme en la persona que quería ser.

Como una adolescente en Estados Unidos, muchas veces sentía una dificultad haciendo amistades cercanas con la gente a mi alrededor. No sabía por qué, pero no me podía abrir, como si tuviera miedo de ser expuesta. Sentía cercanía con realmente pocos y había conocido a la mayoría de mis mejores amigos hace muchos años. Creía que era casi imposible hacer una conexión verdadera en poco tiempo.

Pero aquí, después de tan sólo tres meses, ya había alcanzado tener una familia. No una familia anfitriona, una familia verdadera que quiero con todo mi corazón. Pasé un mes con mi hermano anfitrión hasta que él se fue de intercambio a Quebec. El día que él se fue, lloré como nunca antes. Sentí un dolor increíble, un dolor que rompió mi corazón. ¿Cómo podría seguir adelante sin mi hermano?

A pesar del sufrimiento de la despedida, es una cosa hermosa que ya tengo un hermano y una familia. Para mí, lo más bonito es que fui capaz de sentir tanto por personas casi extraños, que sólo había conocido por correo dos meses antes. Y así ha sido mi intercambio; poco tiempo después de conocer a alguien, me siento muy cercana a él. Es un cambio en mi vida maravilloso y uno que yo personalmente necesitaba.

En Nueva York pasé muchos años siendo más grande que mis compañeros. En una manera, adelantada a mi época. Pensaba que así era y que no existía remedio, veía a personas de mi edad haciendo cosas tontas, cometiendo errores evitables y diciendo estupideces; yo no podía entender.

A partir de mi intercambio en México, toda mi vista de la vida ha cambiado. Finalmente yo me siento joven, como me debo sentir. He cometido errores aquí y las personas me han visto. Pero así es ser joven, y así es la vida. No puedes vivir tan cuidadosamente y tan consciente de tu imagen para los demás. Ya me dejo a mí misma hacer cosas “incorrectas,” cometer errores y no me arrepiento de eso.

Antes, yo buscaba oportunidades nuevas, buscaba sentirme viva, pero durante las experiencias, estuve viviendo dentro de mi propia mente, como si fuera mirando una escena de una película. Estuve pensando demasiado y dejé consciencia de mi presencia material.

Ahora entiendo el valor de vivir, de sentir todo libremente sin pena de llorar ni reír. De disfrutar los momentos y no tomar nada en serio. De no hacer una tarea inútil y no sentirme culpable por desobedecer el profesor. Porque al final, la única consecuencia es arrepentirte porque pasaste la vida haciendo tareas estúpidas en lugar de aprender algo. Y esa es la consecuencia más grave.

México me ha ensañado cómo vivir; no sólo cómo decir “sí a una oportunidad” sino cómo experimentarla al máximo. No sólo cómo llevarme bien con la gente, sino cómo hacer una amistad fuerte. Apreciar todo y reír cuando no hay papel higiénico. Probar la comida y descubrir sabores nuevos sin preocuparme por la limpieza del restaurante… porque eso es vivir.

0 comentarios :