jueves, 19 de septiembre de 2013

Juan Carlos Mejía Palacios

     Hoy quiero compartir la ironía de la vida, donde por un lado en nuestra ciudad está latente el glamour, la buena comida, buenos cafés, buenas tiendas de ropa y lo que ahora ha proliferado como una epidemia: las plazas comerciales, en donde se viven diferentes momentos de esta vida correteada, estresada, consumista; sitios de encuentros, de puntos de reunión para diferentes cosas, intercambios, sorpresas y ahora —violencia—, donde sin escrúpulos, personas, ¡sí!, personas iguales a nosotros, te atracan, perjudican, dañan, terminan con tu vida sin importarles absolutamente nada tus esfuerzos, tu familia, tu porvenir; nada. Sin embargo, pienso en la otra parte de esta vida, la vida de esperanza, de sufrimiento, de auto-consuelo, de esperar, sí, de esperar; ver aquellas miradas que te dicen tanto y que, en el mejor de los casos, no saben con exactitud qué está pasando: viven el momento, aceptan la compañía del mejor postor, te brindan una sonrisa, sonrisa sincera, de ternura, llena… no sé de qué puede estar llena; caritas inocentes que se acercan a compartir parte de su pequeña vida, alejadas del glamour, del consumismo, de las tiendas departamentales, sin violencia, mas la que viven día a día, entre sus mecanismos de defensa, entre su fortaleza y ánimo por continuar, sin que otras personas los dañen, torturen o perjudiquen, pero sí personas que les ofrecemos afecto, momentos de esparcimiento con lo que se tenga; cuentos, rompecabezas, libros de pintar, juegos de destreza; el invitarles a momentos por compartir y, lo más valioso, el grupo de alumnos que hacen esta labor: alumnos desinteresados, alumnos dispuestos a ayudar.
     Qué ironía la lucha por la vida o la vida en lucha por salir adelante, con los que luchan por quitarte la vida

 


 

 

 

 

 


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